Andrew Tate, el algoritmo y las consecuencias de lo que publicamos
Lo que los medios podemos aprender
Storybakers:
Otra vez tenemos que hablar del poder de los algoritmos.
Y de cómo estos en manos incorrectas pueden terminar creando más problemas que soluciones.
Andrew Tate entendió cómo hackear los algoritmos.
Los utilizó a su favor para consolidar una imagen que lo llevó a ser baneado de YouTube, Instagram, Twitter, Facebook y Twitch.
Se le acusa de propagar discursos de odio.
De misoginia.
Sus dichos como prueba.
Como cuando dijo que las mujeres pertenecían a los hombres.
Que lo que les correspondía era quedarse en casa.
Que no debían conducir.
También diversas acusaciones en su contra.
Como cuando se le investigó por retener a la fuerza a una mujer.
O como cuando fue expulsado de Big Brother por filtrarse un video en el que golpea a una mujer con un cinturón.
Ese fue el discurso que montó para pasar de ser cuatro veces Campeón del Mundo en Kickboxing a una de las personas más famosas del mundo.
En julio, por ejemplo, fue más googleado en el Reino Unido que Kim Kardashian o Donald Trump.
Él, como muchos medios y organizaciones que se ufanan de ello, hackeó el algoritmo.
Lo hizo no sólo por cuenta propia sino haciéndose de un ejército de followers que además de pagarle 49 dólares al mes por la Hustler’s University tenían que compartir su contenido más controvertido.
Tenía 127 miembros que hacían de alumnos/seguidores/promotores.
Les otorgaba un link único para que refirieran a más personas y se llevaran una comisión.
Sus indicaciones eran contundentes:
Debían salir a compartir en TikTok su contenido más controvertido.
Hacerlo buscando una combinación de 60 a 70% de fans contra 30-40% de haters.
“Busca argumentos, busca guerra”, decía una de las indicaciones que Tate daba en su programa de referidos.
La polarización y lo políticamente incorrecto le trajo agremiados.
Los que coincidían compartían y devoraban su contenido.
Los que lo cuestionaban hacían videos respondiéndole.
Y así logró que el hashtag “AndrewTate” alcanzara más de 14 mil millones de visualizaciones.
Que el hashtag de “HustlersUniversity” tuviera más de 3 mil millones de visualizaciones.
Que el de “CobraTate” registrara más de mil millones de views.
Y aún después de haber sido suspendido de forma definitiva, sus seguidores lo defienden en los miles de posteos que cuentan su historia.
Me ha ocurrido en mi propio post.
Son jóvenes desde 13 años que aseguran que a Tate lo han sacado de contexto.
Que lo de él es un personaje, no es lo que en verdad piensa.
Lo debatible es la forma en que ese personaje, aún teniendo ideas ficticias o prefabricadas, siembra actitudes firmes y reales en su audiencia, que es particularmente joven.
El método Tate no tiene una sola cabeza que cortar.
En TikTok, por ejemplo, no tenía una cuenta oficial.
Toda su viralidad pasaba por sus seguidores y detractores compartiendo sus dichos, conceptos e historias.
Lo de Tate no es tan distinto a lo que procura cualquier político con sus seguidores.
Aunque es un tanto más poderoso dado que parte de la más absoluta devoción a sus ideas y filosofías.
¿De qué modo esto tendría que llamarnos a reflexionar sobre aquello que difundimos? Lo atiendo a continuación.
En Discord estamos hablando de…
529 creadores y periodistas están debatiendo en el servidor de Story Baker en Discord están debatiendo sobre la responsabilidad o no que tenemos con el contenido que compartimos.
Queda claro con casos como el de Andrew Tate que tan importante y responsable es el que genera un contenido como el que ayuda a que se propague.
Nos interesa leer tu postura.
¿Qué tan relevantes somos los medios para sembrar aquello de lo que se habla?
Esa pregunta me he hecho tras comprender los alcances de Tate.
Los conceptos polarizantes, como las mentiras, se arraigan a un ritmo directamente proporcional a las veces en que son compartidos.
En ese sentido los medios se han encargado de viralizar historias atendiendo un propósito numérico, pero no siempre de relevancia o utilidad.
Aunque no son los únicos con la capacidad de sembrar mensajes o ideas, un poder en manos de cualquier ciudadano, sí son aún filtros que dan o no validación a lo que está ocurriendo.
El caso Tate ha estado fuera de la influencia de los medios.
Es algo que se creó desde su comunidad.
Pero son muchas las historias, incluso las aparentemente inofensivas, que viajan por todos lados a partir de que los medios deciden darles difusión.
Esa selección sobre el contenido que viaja y el que no termina configurando el pensamiento y la atención social.
Si pensamos en la sociedad como una gran redacción en la que, al menos en la teoría, los mayores editores son los medios y las plataformas que hoy en día tienen la última palabra sobre lo que ha de publicarse o no, hemos de aceptar su disfuncionalidad.
Hoy los usuarios están a un video de distancia de unirse a una especie de culto o de adquirir un producto milagro.
Hoy los medios publican tantas noticias que de fondo carecen de utilidad y propósito.
Todo eso contamina la dieta de contenidos que consumimos.
En medio de tantos extremos y personajes, a los medios les corresponde el equilibrio.
El problema es cómo eso encaja con un negocio que también se va a los extremos.
Sin grises.
Sin matices.
Por ahora lo que queda es hacernos conscientes de que los personajes pueden estar claros para quien los crea, pero no necesariamente para su audiencia.
Ocurre lo mismo con la información.
En ocasiones los medios decidimos dar juego a historias por mera conveniencia numérica.
Pero para la audiencia esa que se está contando puede ser una historia real que la lleve a realizar una acción real o a apropiarse de una idea.
Las consecuencias de publicar sólo por el alcance son mucho más grandes de lo que se piensa cuando esos efectos se analizan en quienes consumen ese contenido.
En Panmedials, los medios de la pandemia, hago un repaso a las decisiones que llevaron a los medios a su estado de crisis actual.
Propongo también un camino a seguir para salir de esa pandemia en la que nos metimos.
Adquiere aquí Panmedials, los medios de la pandemia, en versión física o digital.
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