

Discover more from The Muffin por Mauricio Cabrera
De la cancelación a la funa: del control excesivo al libertinaje de expresión
Y por qué los creadores que revientan lo políticamente correcto están en tendencia
Storybakers:
Son días de polarización.
De idolatrar los extremos.
De no encontrar puntos medios ni en la información en que creemos ni en las opiniones que nos formamos.
Esa realidad se palpa en el mundillo de los creadores.
También en el de los periodistas.
En Upload Inc. dedicamos el nuevo episodio a profundizar en el impacto de Latinus como gran referente digital para la derecha mexicana.
Un periodista televisivo que supo sumar la rebeldía que permite digital.
Un medio que cumple su cometido más allá de su inviabilidad como negocio.
De eso converso con César Fajardo.
¡Estamos a unos días de publicar nuestro nuevo e-book en alianza con Lumo!
Mientras tanto, te dejo Tendencias 2023 para que puedas leer las reflexiones de 23 autores de 8 países distintos sobre lo que estamos y estaremos viviendo medios y creadores durante este año.
Descárgalo gratis aquí en español y portugués.
El exceso de control derivó en libertinaje de expresión.
Es una reacción indeseable pero predecible.
Coincide con un cambio de términos adoptado entre los creadores de nueva generación.
A la crítica en masa en digital ya no se le conoce como cancelación.
Ese término quedó dilapidado junto a las múltiples víctimas o culpables (según se vea cada caso) que pasaron por el ojo moral y la corrección política de la sociedad en Twitter.
A esa crítica que hace una década se le hubiera conocido como linchamiento y hace un par de años como cancelación, ahora se le conoce como funa.
Funar es sinónimo de denunciar a alguien en redes sociales.
Funar es sinónimo de provocar que una persona sea objeto de cuestionamientos que se hacen virales.
La funa es igual a la cancelación pero por lo general tiene consecuencias distintas.
Frente a la cancelación, las personas afectadas debían recluirse, desaparecer por un largo tiempo o reconstruir su vida.
Frente a la funa es común que esos creadores que la reciben terminen fortaleciendo su lazo con su comunidad más allá de lo que el resto pueda pensar.
Está ocurriendo ahora mismo con Auronplay.
Al streamer español se le acusa de haber enviado mensajes racistas, xenófobos y discriminatorios hace varios años.
Sobre él y sobre Biyin, también streamer y pareja de Auronplay desde hace varios años, se han compartido cualquier cantidad de supuestas evidencias sobre ese rasgo discriminatorio y bulleador que los caracterízó hace tiempo.
Se han compartido tuits en los que atacan a cualquier persona latinoamericana.
Se ha comprobado que en su momento acosaron a una mujer que estaba buscando a su hija.
A Auronplay incluso se le ha acusado de grooming.
Pero su poder de convocatoria es tanto que lo único que ha ocurrido es que ha anunciado que se tomará unos días para remodelar su estudio.
Y que en breve volverá a streamear.
Quizás, con justicia o no, habrá una gran cantidad de personas renuentes a consumir el contenido de Auronplay.
Es también posible que una pequeña parte de su comunidad haya decidido dejar de seguirlo por la polémica en que se ha visto envuelto.
Que haya perdido algunos anunciantes.
Pero su base no se irá a ningún lado.
Auronplay está más allá de la funa.
Podría decirse incluso que la funa acerca a las comunidades con sus creadores por considerar como un ataque para ellas lo que va dirigido al creador que siguen con fervor.
En este mundo de los nichos y comunidades lo único que en verdad afecta es lo que ocurre dentro de las mismas.
Si es el mundo exterior el que amenaza su estabilidad, la reacción habitual es la de congregarse en torno a ese creador que hace las veces de líder para demostrarle que están con él.
Si la cancelación en Twitter llegó a niveles que se parecían al de las ejecuciones públicas de la Edad Media, la funa se acerca peligrosamente a tratar a creadores y celebridades como figuras políticas o religiosas que han de escapar de esos juicios.
Digo que se constituyen como figuras de ese tipo porque la reacción es semejante entre sus simpatizantes.
Cuando se critica algo a esos creadores/celebridades/líderes se asegura que es porque existen intereses ocultos.
Que a alguien le incomoda el éxito alcanzado.
Que lo que se está diciendo o son absurdos, o es una reacción desmedida o es una manipulación.
La Creator Economy está creando miles de religiones y movimientos monoteístas.
Cada uno de nosotros es potencialmente un creador que termina convirtiéndose en líder, gurú y representante del modo en que miles o millones de personas perciben la vida.
Por eso hoy son muchos los que siguen defendiendo a Andrew Tate.
Por eso hoy impera en México la comedia misógina y machista.
Es una realidad tan evidente que sé que las plataformas tecnológicas se preguntan cómo revertir esa tendencia.
Me lo han contado en un par de reuniones que he sostenido con empresas de streaming y redes sociales.
El caso más reciente es el de Adrián Marcelo en México.
Su ascenso en popularidad ha sido tan notable que se ha convertido en una figura que polariza como pocas.
Ha sido funado por haber realizado una narración en que comparó un feminicidio con un partido de futbol.
Es funado por ser abiertamente consumidor y promotor de la marihuana.
Y está siendo funado por haber expresado que las mujeres con obesidad no tenían méritos para ser portada de una revista.
Que no encontraba mérito en “comer sin parar”.
“No hay disciplina, no a las gordas”, dijo Adrián Marcelo.
Desde entonces la indignación ha sido generalizada.
Se le acusa de drogadicto, gordofóbico, misógino y hasta pedófilo.
Pero él en estos días de funa ha ganado más de 50 mil seguidores en Twitter.
Tiene al día de hoy 1.8 millones de suscriptores en YouTube.
2.9 millones de seguidores en TikTok.
1.6 millones en Instagram.
Y más de 580 mil seguidores en Twitter.
Él mismo se encarga de presumir el resultado de la funa.
La balanza de la corrección política se ha ido al otro extremo.
No estamos más en la cultura de la cancelación.
Estamos entrando en la era de lo políticamente incorrecto.
En los extremos siempre se terminan cometiendo excesos.
Además, los excesos de un extremo fortalecen la concepción y construcción del otro.
Fue excesivo que en su momento se cancelara a Johnny Bravo o a Pepe Le Pew.
Fue excesivo también que M&M’s tuviera que prescindir de sus personajes hasta nuevo aviso.
Fue potencialmente excesivo (no me corresponde a mí decirlo) que se sostuvieran conversaciones inagotables sobre modificar grandes referentes culturales como Santa Claus o La Sirenita para encajar en la nueva realidad en vez de crear nuevos.
Fue quizás excesivo que a todos y a todas nos metieran en una misma caja sobre lo que se podía decir y no decir.
Esos excesos naturales en cualquier lucha derivaron en que la balanza ahora se sitúe del otro lado.
Durante algún tiempo abundarán figuras como las de Adrián Marcelo, Andrew Tate o Joe Rogan.
También durante algún tiempo creadores gozarán con la peligrosa sensación de ser invulnerables mientras su comunidad esté con ellos.
Estamos virando del intento de visión universal que imperó en la era de la cancelación al de las verdades particulares en la era de la funa.
La tendencia de la sociedad a vivir en círculos señala que cuando acabe este otro extremo nos situaremos en un punto medio.
Es ahí donde debemos luchar por estar.
En un espacio en que es posible diferir.
Pero también en un espacio en que impere el respeto al pensamiento del otro.
Ese punto medio tardará en llegar.
Mientras tanto habrá oportunidad de negocio para los que se vayan a ese otro extremo del libertinaje de expresión.
En el camino habrá muchas ofensas y rupturas.
Mucha incorrección política que servirá a esos creadores como marketing para venderse como referentes de la libertad de expresión.
La cultura de la cancelación ha terminado.
Ha comenzado la cultura de la funa.
Las dos tienen sus graves consecuencias.
Las dos, quizás, tendrán algo que dejarnos como sociedad.
No fue posible imponer una caja en la que todos se comportaran, expresaran y pensaran de la misma forma.
Pero tampoco será viable vivir bajo el libertinaje que los tiempos de la funa promueven.
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