El juego de ser libre
Juega a cualquier hora. Juega donde sea. Juega sin obsesión por ganar. Hazlo porque sí. Porque te gusta. Y porque amas el proceso incluso más que un buen resultado. Si en verdad eres creativo, te importará más hacer que recibir aplausos. Vivir poniendo manos a la obra, nunca en la procrastinación. Tampoco a la espera de aprobación.
Se trata de ganar confianza. Y la seguridad en uno mismo se gana haciendo con libertad más que con la presión de agradar. El enfoque en el proceso legítima; el enfoque en el resultado encadena. Una idea nace siempre como una emoción. La que te alegra. La que te esperanza. La que te irrita. La que te encela. Una idea tiene vida garantizada a partir de tu propia convicción. Si te provoca un sentimiento, sea cual sea, significa que está viva. No sé sabe si para todos, pero lo más probable es que si te gusta a te mueve le guste o le mueva a unos cuantos más. O no, pero incluso si esa idea fuera tan poco popular que no tuviera más que un elemento de satisfacción personal, valdría la pena hacerlo. El que crea para sí se divierte. El que crea pensando en otros trabaja. Uno es creativo, el otro termina por ser mercenario.
Cuando amas el proceso el resultado está garantizado. Entiéndase por proceso la claridad de etapas. El comienzo, el desarrollo y el final. Pasar del punto A al B con toda la satisfacción que genera impedir que una idea nazca y muera en la misma regadera. La misión cumplida debe partir de lo individual. De ese checklist con el que podemos calmar nuestra ansiedad creativa sin que para sentir que la cumplimos dependamos de gustos y voluntades de terceros. Es el triunfo del individualismo, una de las más profundas manifestaciones de realización personal.
Austin Kleon nos manda de regreso a la infancia. Sugiere que volvamos a ser los de entonces. Que dejemos que nuestra imaginación decida y nuestras manos ejecuten. Que lo hagamos porque sí. Porque nos gusta. Porque nos motiva. Porque nos divierte. Y que lo hagamos sin pensar si lo que estamos haciendo acabará expuesto en un museo, publicado en un libro o como un juego más que una vez terminado no sobrevivirá más que como una satisfacción que será sustituida por otras cuando nuestro espíritu creativo nos vuelva a pedir que lo pongamos en marcha. A los niños, dice Austin en su libro, les tiene sin cuidado si los dibujos que hacen acaban en el periódico mural, en el archivo histórico de sus papás o en el cesto de la basura. Hacen porque quieren, lo demás es insignificante.
Concibe el arte como un juego sin posibilidad de victoria. O más bien, como un juego sin rival que vencer. No asumas tu proceso creativo como si fuera un partido de fútbol, porque entonces le pondrás cara y nombre a tu contrincante. Estarás pensando en el resultado. Ganarle a otro, ser como otro, burlarte del otro, enfrentarte al otro. Velo como un juego en el que tú creces por el simple hecho de hacer uso de lo que sabes, de lo que imaginas y de lo que ignoras para convertir una idea en realidad. Piensa otra vez en los niños. En cuántas veces te tocó ver a un compañero entreteniéndose con una bola de papel o improvisando un juego. Piensa en cuántas veces te sumaste a ese juego sin reglas. A ese entretenimiento anárquico de uno que te llevó a jugar porque te parecía una buena idea en ese momento y lugar. Piensa en cuántas veces lograste que se sumarán a jugar lo que proponías. Piensa que ya desde entonces inspirabas a otros a crear. No a partir de la obsesión por el resultado, solo por amor al proceso.
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