El lado perverso de la Creator Economy
Las consecuencias de la cultura del fanatismo y el poder a los creadores
Storybakers:
Antes de ir al envío de hoy, quiero recomendarles mi plática en The Coffee con Sergio Sicheri, Jefe General de Núcleos Editoriales de Grupo El Comercio.
1) El desarrollo de audiencias y la coexistencia entre el volumen de cantidad y el de calidad
2) Cómo estructurar el área de desarrollo de audiencias en el organigrama
3) Cómo procurar el valor de marca sin renunciar al alcance necesario para generar ingresos vía publicidad
4) El concepto de periodismo aterrizado a la realidad de consumo y a los ideales del propio periodismo.
Una master class de la que seguro podrán sacar mucho provecho.
Aquí pueden escucharlo. Y aquí las notas del episodio
Confieso que esta edición de mi newsletter iba a ir sobre Spotify.
Me interesaba (y aún me sigue interesando) confirmar lo que venía diciendo desde hace tiempo: que Spotify es el nuevo Facebook.
Y al final lo tocaré, pero sólo de manera tangencial, para enfocarme en los creadores de contenido y la cultura del fanatismo.
A la Creator Economy se le ha adjudicado una definición que difícilmente encuentra detractores: es el movimiento que permitirá a cualquier persona vivir de su obra a partir del poder que tenga con su comunidad.
Y es precisamente la segunda parte la que más consecuencias está provocando en un mundo cada vez más polarizado.
Hace unos días, una de las razones por las que pensaba escribir sobre Spotify, Neil Young puso un ultimátum a Spotify advirtiendo que su música no podía compartir espacio con Joe Rogan.
Un par de días más tarde, Spotify le facilitó el camino a Neil Young: eliminó su música de la plataforma para hacer ver que frente a esa disyuntiva, seguiría del lado de Joe Rogan.
Recuerdan en Puck que en octubre del 2021, Netflix hizo lo mismo apoyando el especial de comedia de Dave Chappelle pese a haber sido considerado como transfóbico.
Detrás de la decisión de Spotify hay 2 razones centrales:
1) Spotify, apuntan en el Washington Post, ya no tiene a la música como su corazón sino al audio
2) El poder de Neil Young para efectos de retención de suscriptores es menor que el de Joe Rogan para Spotify
Pero a ese tema volveremos mañana… lo que me interesa es el fenómeno multiplicador de grandes creadores, celebridades y deportistas que hoy hacen lo que quieren con su comunidad, poniendo en riesgo, incluso, la salud de quienes los siguen.
La cultura del fanatismo, de la adoración al individuo por encima de todas las cosas, nos está llevando a un terreno de peligro extremo.
La primera tentación es pedirle a las plataformas que los hicieron crecer que hagan de árbitros para evitar que sigan propagando lo que ellos, natural o artificialmente, consideran verdad.
La segunda es defender las ideas de ese creador de contenido que es a esas alturas más bien líder de una comunidad argumentando la libertad de expresión y pensamiento.
Ninguna de las dos alternativas es un buen camino.
1) Las plataformas como árbitros:
Partamos de un hecho: las Big Tech son los nuevos gobiernos. Hasta la fecha, el momento más emblemático ha sido el de ver a Twitter, Facebook y otras redes apagando el megáfono del que disfrutaba Donald Trump aún como presidente de Estados Unidos.
Y si bien muchos podemos coincidir en la necesidad de silenciar a Donald Trump ante la propagación de falsas teorías sobre un complot electoral en su contra, habría que preguntarnos si la instancia indicada para decidirlo era Silicon Valley con sus propios intereses, juegos de poder y antecedentes de manipulación a la audiencia.
Se pide a las plataformas que arbitren cuando también son jugadores. Y entonces se abre la puerta a que las reglas, escritas según convenga al momento, como ahora que Spotify anuncia medidas para advertir cuando un podcast incluya información controvertida sobre la pandemia, se modifiquen sin que haya modo alguno de exigir explicaciones y rendición de cuentas.
Hoy Spotify respalda a Joe Rogan porque le interesa más el podcast que la música. No porque esté a favor de la libertad de expresión ni porque esté convencido de que hay algo de cierto en lo que comparte en su show.
Las Big Tech van a estar con quien atienda sus prioridades de negocio. Son árbitros con objetivos financieros. Y como tales van a actuar.
Un día Facebook se valió de los medios, los abrazo y les generó alcance. Al siguiente, decidió que le estorbaban en sus planes de ser una verdadera comunidad y los echó a patadas bajo las llamadas interacciones significativas.
No fue nada personal o institucional contra los medios. Fue sólo que estorbaban en lo que para ese entonces consideraban que debía ser Facebook.
2) Los creadores disfrutando su libertad de expresión:
Este es otro punto de riesgo extremo: nadie puede negar que la lectura aislada de esa premisa es irrebatible.
Al ser humano hay que permitirle discrepar, tener una opinión y defenderla.
El problema es cuando a esa premisa se le colocan matices, y por tanto, se intenta establecer límites.
¿Hasta dónde la libertad de una persona impacta de forma negativa en terceros?
¿Qué sí entra en la discrepancia aceptable y dónde se cruza una línea de riesgo?
¿Una opinión por fuerza ha de tener fundamentos científicos para poder manifestarse en público?
La cultura del fanatismo ha devuelto la sensación de que las creencias están por encima de la ciencia.
Uno de los factores clave para que ello ocurra es la extensión de la idolatría.
A una persona ya no se le considera celebridad, ídolo o gurú sólo por lo que hace en un determinado sector profesional, sino por lo que hace con toda su vida.
Djokovic no es, para muchos, sólo un gran deportista, quizás el más grande tenista de todos los tiempos, sino también una persona que ve lo que otros no ven.
Sobre su renuencia a vacunarse no importa tanto si tiene razón o no, sino el nivel de idolatría que lleva a muchos a encontrar razones para defender la postura de Djokovic e incluso para replicarla.
Joe Rogan no es sólo un podcaster y una gran personalidad del entretenimiento, sino un referente que ha penetrado a tal grado que la gente decide seguirlo en lo que sea que haga.
Es paradójico pero el sueño de la Creator Economy presenta posibilidades caóticas: que una comunidad acompañe a un creador de contenido a donde quiera que vaya.
Y el efecto se hace aún más peligroso si entre los seguidores de esa persona se encuentran otros con igual o mayor alcance que la persona seguida.
Rubius, por ejemplo, uno de los 6 streamers más vistos del mundo, declaró que ante la extrema politización de los medios, él seguía a otro tipo de fuentes para informarse… como Joe Rogan.

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Para los que siguen a Joe Rogan y a Djokovic no es tan relevante qué están diciendo sino quién lo está diciendo.
Creen en una persona antes que en los hechos. Defienden la que para ellos es una causa o modo de ver la vida, no defienden la verdad, aún comprobada científicamente.
El fanatismo por Joe Rogan y por Djokovic no es distinto al que la gente le profesa a figuras de la política como Bolsonaro, López Obrador o Donald Trump.
En esos casos tampoco importa la verdad de lo que están diciendo, sino quién lo está diciendo.
Hoy cualquier creador se constituye como una fuerza que moviliza a las masas hacia donde quiera. Ya sea por convicción, por interés o por ignorancia.
La cultura del fanatismo se blinda en la renuncia del seguidor a leer, escuchar o interpretar aquello que no abona a las convicciones que se ha formado.
Un creyente de Dios, por ejemplo, encuentra siempre el modo de acomodar lo que pasa a los designios de es ser superior.
Si algo bueno pasa, es gracias a Dios.
Si algo negativo ocurre, por algo Dios lo dispuso así.
Con los nuevos gurús o dioses en que se han erigido ciertos deportistas, celebridades, políticos y creadores de contenido ocurre lo mismo.
Ellos no pueden estar equivocados. Es el sistema, es la sociedad, son sus enemigos, es la ciencia corrupta, pero no ellos.
Hace 25 años, el mundo se sacudía con la noticia del suicidio colectivo de 39 personas que formaban parte de “Heaven’s Gate”, una secta que planteaba la necesidad de abandonar sus cuerpos físicos para pasar al siguiente nivel.
En aquella sociedad, los fanatismos extremos aún ocurrían en privado, en espacios acotados y poco visibles que vez en cuando se revelaban en hechos trágicos que acaparaban la atención.
Hoy, esos mismos fenómenos de fanatismo, son cada vez más recurrentes en una sociedad que tanto se cansó de las corporaciones y del status quo ha decidido entregar su adoración a los individuos.
La cultura del fanatismo llevó a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. La misma cultura del fanatismo entrega a López Obrador inmunidad ante lo que sea que haga para no ver caer sus niveles de aprobación. Esa misma cultura blinda a Djokovic de cualquier juicio dado que para sus seguidores él no puede estar equivocado.
La Creator Economy es una muy buena idea en la teoría: que la gente sea capaz de vivir de su obra.
En la práctica, el apogeo del individuo hará que cada creador tenga el potencial de construir una comunidad que vaya a donde quiera que éste lo decida. Para lo bueno y para lo malo…
Olvidamos que una persona puede ser igual o más corrupta, igual o más insana, igual o más deshonesta, igual o más insensata, e igual o más ignorante que una corporación.
*Como detalle final, entre los seis libro más vendidos en Amazon en estos momentos se encuentra “The Real Anthony Fauci”, escrito por Robert F. Kennedy Jr, reconocido por su discurso anti-vacunas.
La Creator Economy es un megáfono para los creadores. Para todos, sin distinción. Ya vivimos sus consecuencias…