El Mundial en el que los creadores no necesitaron derechos de transmisión
Y cómo los creadores son más importantes que los hechos
Storybakers:
Ya les anticipaba que la periodicidad de este newsletter se modificaría durante el Mundial.
Que por unas semanas me dedicaría primordialmente a eso que hice durante mis primeros 18 años de carrera.
Pero hoy desperté pensando que el propio Mundial me exigía escribir a esta gran comunidad que hemos formado.
Lo hago porque Qatar 2022 ha servido como la confirmación de que el hecho ha perdido relevancia frente a la socialización del hecho.
El hecho es que Guillermo Ochoa le atajó un penal a Robert Lewandowski.
Y que gracias a eso México no perdió contra Polonia.
Pero aunque en México hemos repasado millones de veces la atajada de Ochoa, lo que se ha hecho viral no es la jugada, es el performance de los creadores.
Le llamo performance porque algo tiene de eso.
Es el creador/aficionado en el estadio decidiendo grabar su reacción frente al penal de Lewandowski.
El foco ya no va al jugador que está por ejecutar un penal.
O al portero que está por atajarlo.
Es el creador que frente a uno de los grandes momentos de un partido que ocurre cada cuatro años decide usar el smartphone como si fuera una extensión de él.
Es una cuestión de derechos.
De limitantes impuestas por la propia FIFA para que solo los que pagan tengan material de su competencia.
Pero es también una muestra de cómo estamos virando del generalismo al ultra nicho.
O del generalismo al individualismo extremo.
Es un paso más allá al del artista cansado de que sus fanáticos lo estén grabando en un concierto.
Es revertir la trascendencia de un hecho para que el protagonista sea la audiencia frente al hecho que está viviendo.
Es el equivalente a que un terremoto no se graben las lámparas que se mueven sino la reacción de uno mismo frente a ese temblor.
Es la consolidación del protagonismo individual antes que la consignación que se ha hecho commodity.
Los propietarios de los derechos tienen su momento de gloria en el en vivo.
Pero fuera de eso la atención vira hacia los creadores.
Ya no mostrando su entorno, ya no reportando, ya no informando.
Más bien creando un Big Brother personal que como el propio show televisivo hace que uno se pregunte cuándo está frente a un hecho auténtico y cuándo frente a una simulación.
En los videos los creadores celebran la atajada como cualquier mexicano.
Pero también hay un segundo momento en el que esa algarabía natural se convierte en una mirada hacia el smartphone.
En una mirada directa para que la audiencia vea la emoción que los creadores están sintiendo.
Frente a uno de los grandes momentos del futbol, los creadores en modo aficionados terminan siendo creadores antes que una persona cualquiera disfrutando el futbol.
Los primeros días de Qatar han manifestado también que los creadores no necesitaban estar ahí para generar impacto.
Si ya de por sí es cuestionable lo que un periodista puede marcar de diferencia estando o no en el lugar de cobertura, para los creadores ocurre lo mismo.
En muchos casos el material que más resultados les está generando no se concentra en el entorno.
Se concentra en ellos haciendo lo mismo de siempre con un green screen o haciendo sketches desde el lugar en el que se están hospedando.
En pocas palabras, el contenido que triunfa es el mismo que siempre hacen.
En parte por las restricciones de la FIFA.
En parte porque frente a un hecho masivo y común, las audiencias se fragmentan para irse directamente con los creadores a los que siguen.
La tendencia llama a la reflexión de todos.
Incluyendo a la FIFA.
Porque entre más restrictivo seas con los derechos, más se vuelca la atención hacia los creadores.
Hace tiempo reflexioné sobre el fracaso de Lightyear en comparación a la película de los Minions.
O más bien al fracaso de Disney en comparación a los Minions.
Todo pasa por la relevancia cultural.
Por un lado, Disney extrema el cuidado y restricciones sobre su propiedad intelectual.
Lo que lleva a que creadores y medios se priven de crear contenido a partir de sus personajes.
Por el otro, Illumination y Universal Pictures permiten que productos como los Minions se conviertan en parte de la cultura popular.
Que abunden los memes.
Que abunde la piratería sobre ellos.
Que su marca impacte en todos los estratos.
La flexibilidad de su propiedad intelectual le regresa valor al producto original.
La FIFA se dará por bien servida con los ingresos multimillonarios que genera por sus derechos de transmisión.
Pero los propietarios de esos derechos continuamente se preguntarán qué sentido tiene si a nivel cultural no se les ve más que como distribuidores de hechos que después tienen su momento de lucimiento en creadores independientes.
A nivel social el Big Brother personal también tiene sus implicaciones.
La individualizacion de la producción de contenido lleva en cierto modo al aislamiento.
Ya sea porque el creador produce desde casa.
O porque aún estando en el lugar de los hechos, lo relevante es su reacción frente a eso que está viviendo.
Un close up del creador que olvida enfocar el entorno.
Ese escenario no dista mucho del que propone el metaverso.
Una fusión entre una persona virtual que viaja y un ser humano que opera desde casa.
La oda al individualismo es un guiño a las nuevas propuestas narrativas del metaverso.
La vida y el consumo hoy abrazan la editorialización antes que la consignación.
De a poco pasamos de ese experimento social de poner cámaras para seguir a un grupo de personas aisladas, a vivir permanentemente con una cámara en mano.
Ibai es protagonista del Mundial desde casa.
Quizás incluso crea contenido más cómodo que si estuviera en Qatar.
Cuando Luis Enrique streamea, importa él y nada más.
Se diría incluso que los medios estorban en esa comunicación directa con los aficionados.
Qatar es un país exótico, desconocido, contradictorio.
Qatar es la apuesta más arriesgada en la historia de la FIFA para organizar una Copa del Mundo.
Y aún así nos estamos grabando más a nosotros mismos antes que a Qatar como escenario.
Eso dice mucho de nosotros.
Eso dice mucho de cómo consumimos.
Eso dice mucho de lo que podría venir.
Y del punto de quiebre entre el hecho masivo y los microcosmos de creadores que se ponen como protagonistas aún cuando de origen son espectadores.
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