El nuevo gran medio que nació condenado
¿Por qué The Messenger es una mala idea en los tiempos que corren?
Storybakers:
La buena noticia es que siguen naciendo medios.
Que algunos como éste tienen el dinero suficiente para emplear de inicio a 175 periodistas desde su primer día.
Que nacen con tantos recursos como para poder rescatar a un medio en desgracia de la desaparición.
Lo hicieron con Grid.
Ese medio que se propuso resolver el problema de la miopía de las historias bajo su formato 360.
Es buena noticia que un medio desde su primer día tenga 50 millones de dólares como margen de maniobra.
Es todavía mejor noticia que pretenda emplear en un año a 550 periodistas, casi tantos como el LA Times, para cubrir política, negocios, entretenimiento y deportes.
Son tan buenas noticias que resultan fantasiosas.
Son tan buenas que parece inevitable que tarde o temprano se convertirán en noticias tan malas como la sentencia de muerte.
Lo importante para un medio hoy no es tener 50 millones de dólares en su primer día, es tener 50 millones de dólares a favor dos o tres años después de haber sido lanzado.
The Messenger naciendo tan grande parece condenado a morir.
Aunque detrás tenga a Jimmy Finkelstein, empresario de 74 años que en su momento fuera propietario parcial de The Hill y Hollywood Reporter.
Aunque en el 2021 haya cerrado la venta de The Hill por 130 millones de dólares a Nexstar.
Finkelstein añora el regreso de tiempos que no volverán más.
Cuando anunció el lanzamiento de The Messenger mencionó que sueña con lograr que The Messenger sea el mismo fenómeno social que en su momento fue 60 Minutes a través de la televisión.
Quiere que The Messenger sea el epicentro de la conversación en Estados Unidos.
Que en un año sea consultado por más de 100 millones de personas al mes.
Esa cifra no la tienen ni Vox, ni Conde Nast, ni el New York Post.
Que en un año genere más de 100 millones de dólares en ventas.
Su misión, asegura, es la de crear un medio que elimine los sesgos ideológicos de los medios.
Como él dice, sesgos manifestados no tanto en lo que se publica, como en lo que no se publica.
Lo que se omite según la ideología e intereses de cada medio.
La califica como su última gran obra.
Para hacerse con audiencia a la velocidad de la luz confía esa labor a Neetzan Zimmerman, quien fuera pieza clave para ese fin tanto en The Hill como en los sitios de Gawker.
A Finkelstein no se le puede cuestionar que sabe lo que quiere.
Después de vender The Hill intentó comprar el Miami Herald.
McClatchy rechazó la propuesta.
El problema es que eso que quiere Finkelstein no encaja con la realidad.
El modelo de generación de contenido en masa está desafiado.
No sólo por lo emproblemado del mercado publicitario.
También por la amenaza de la inteligencia artificial en lo que refiere a su capacidad para crear grandes cantidades de contenido.
Y por la propia inteligencia artificial provocando cambios radicales en el modo en que descubrimos contenido.
Dos de los más grandes lanzamientos de los últimos tiempos no han logrado entender del todo lo que está ocurriendo en digital.
Se entiende de Finkelstein.
Es un empresario dispuesto a correr riesgos dado que tiene el dinero suficiente para hacerlo.
Se entiende también que le interesa sobre todo la influencia que pueda obtener.
Quizás incluso antes que el negocio.
Después de todo, 50 millones de dólares es mucho para la industria.
Pero no es tanto para Estados Unidos ni para un empresario como Finkelstein.
No se entiende, por ejemplo, de Ben Smith.
No es bien visto cuestionar a Ben Smith en el mundillo periodístico, pero Semafor tampoco parece hecho para estos tiempos.
Se parece más a la propuesta de Finkelstein que a lo bien ejecutado de proyectos como Axios o Puck.
Ambos pretenden que sus principales vías de ingresos sean la publicidad y la organización de eventos.
Semafor ha dado golpes estratégicos con los propios reportes de Ben Smith en la industria de los medios.
Pero con eso no construyes el nuevo gran medio al que aspira.
¿Qué es lo que tenemos que preguntarnos antes de crear un nuevo medio?
1.- ¿Cuál es mi propósito?
Sí, me refiero al ya manoseado concepto de Golden Circle de Simon Sinek.
No hace falta ir a mayor detalle para entender que lo que ha hecho Finkelstein con The Messenger es un genérico que promete lo que todos los medios se supone que ofrecerán en un inicio.
Una alternativa equilibrada en medio de la polarización que también ha llegado a los medios.
2.- ¿Cuál es mi producto mínimo viable?
Carece de sentido vivir con la soga en el cuello desde el día uno dado que tu equipo comercial tiene que salir a buscar dinero cuando los clientes aún ni siquiera saben de tu existencia.
Iniciar un medio con 150 personas es como mínimo una osadía.
Pensar en uno de 550 personas al final del primer año es una utopía.
3.- ¿Es necesario un sitio tal como lo conocemos?
Es posible que no necesites uno.
The Messenger parece desde su primer día un gran sitio.
Pero no lo digo en sentido positivo.
Se ve como uno de esos medios que resultaban hegemónicos en la era previa a las redes sociales, no como un emprendimiento que acaba de ver la luz.
Las anteriores son preguntas básicas que derivan en muchas otras.
Como el tipo de talento que ha de buscarse.
Las métricas que representarán el éxito o fracaso.
El posicionamiento que se buscará en un contexto en el que es cada vez más difícil posicionar una marca en la mente de los lectores.
The Messenger es una buena noticia.
Siempre será una buena noticia que se generen fuentes de empleo.
Pero The Messenger es también una mala noticia.
Porque la mayoría de los nuevos medios son creados por empresarios que no parecen entender la naturaleza de los nuevos tiempos.
Porque si The Messenger fracasa, el golpe no va para Finkelstein.
Va para una industria que de por sí padece el escepticismo generalizado de quienes opinan que los medios no son ni serán negocio.
Como al final no lo fue BuzzFeed.
Como no lo fue Vice.
Y como no lo será The Messenger.
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