El problema no es la opinión, es la propaganda
¿Por qué es inviable volver a concentrarnos sólo en la información?
Storybakers:
Antes de ir al envío de hoy quiero invitarlos a nuestro servidor en Discord, donde creadores, periodistas y directivos de medios de todos los países de habla hispana estamos impulsando ideas y pensamientos para llevar a nuestra industria a un mejor futuro.
Aquí una muestra de lo que a diario ocurre en ese espacio para construir, opinar y desahogarnos.
El problema no es la opinión, es la propaganda que hacemos de nuestras ideas
Los resultados del Digital News Report son aparentemente contradictorios.
Por tanto, claramente aleccionadores.
En Brasil, el país con mayor propensión a evitar el consumo de noticias, es donde más consideran que un periodista debería tener la posibilidad de incorporar su estilo y opinión a lo que está reportando.
¿Por qué es contradictorio?
Porque entre las principales causas de desconfianza o desinterés hacia los medios está que las noticias o son poco confiables o están sesgadas.
Y una opinión, por su naturaleza misma, mucho tendrá de sesgo y de una selección a conveniencia de datos e información para fortalecer ese punto de vista.
Aquí aplica aquello de que los datos no mienten, pero sí se puede mentir con datos.
Justo eso es lo que cualquiera que emite una opinión puede hacer para fortalecer su punto de vista, donde por lo general no imperan los grises, sino el foco total en lo que abona a una perspectiva y diluye el poder de perspectivas opuestas.
Se hace una selección a conveniencia.
Incluyo lo que me conviene.
Excluyo lo que me afecta.
En Estados Unidos se presenta otro caso muy sintomático.
Como lo señaló Agustín Tonet en Discord, llama la atención que el país en el que más desconfianza hay sobre los medios y las noticias a nivel mundial se considere como referente a Tucker Carlson, de los máximos promotores de la teoría del fraude electoral en Estados Unidos.
La siguiente gráfica es la que permite unir los puntos.
En Brasil, Francia y Estados Unidos, donde la confianza en las noticias se encuentra más erosionada, es donde tienen mayor peso los periodistas o analistas específicos.
¿A qué puede deberse?
A que frente a la falta de confianza en esa información que se nos presenta como verdadera desde los medios de comunicación, optamos por pensar que un periodista o creador particular nos dirá eso que nos están ocultando.
En el momento en que dejamos de confiar en las instituciones y en la noticia misma percibida como un registro o consignación sin sesgo alguno, entramos a una hipótesis de complot permanente.
El usuario se pregunta qué le están escondiendo, qué intereses hay detrás de eso que se le está contando y cuál será la otra lectura posible, lo que aplica sólo cuando esa noticia no encaja con sus propias convicciones e ideas.
Cuando la sociedad se convence de que no existe ese punto medio porque detrás de los generadores de noticias hay intereses que los impulsan a uno u otro lugar emerge la idea de que un periodista o referente será más auténtico.
¿En la práctica es así?
No necesariamente.
Así como es posible influir en una organización a través de dinero o poder político, una persona está a un sí de distancia de terminar siendo corrompido y, por tanto, de ver comprometida su integridad editorial.
A eso hay que sumar que en Estados Unidos no se trata ni siquiera de periodistas referentes por su trabajo independiente en redes sociales, sino figuras televisivas con una ideología política clara.
En pocas palabras se confirma que a la gente cada vez le interesa menos el punto medio, quizás por haberlo descartado como posibilidad ante la desconfianza que le producen las noticias, y ha terminado por colocarse una playera y principios como si de sumarse a un equipo de futbol se tratara.
La política, ese tema que aparece junto con el COVID como motivos principales de un alejamiento del lector frente a las noticias, está dejando de ser algo racional para convertirse en algo pasional.
Futbolerizamos la política.
Futbolerizamos también el modo en que queremos informarnos sobre ella.
Y de ahí hacia todos los temas que puedan tener un impacto social.
En este contexto se ha hecho recurrente replantearse si la proliferación de la opinión es o no un error.
A ese exceso se le atribuye que la confianza en las noticias haya decaído.
Por otro lado, el modo en que consumimos e interactuamos hoy es mucho más humano que nunca.
El formato de nota informativa es catalogado por muchos como obsoleto.
Para algunos como útil sólo para ese primer momento en que se produce una noticia.
O para cuando haya que ir actualizando a partir de data que se esté generando al momento.
El problema no es la opinión en sí misma.
En este newsletter, por ejemplo, procuro tener equilibrio en lo que escribo, pero mi aproximación no deja de ser a partir de una perspectiva personal, con un sesgo natural y con una exclusión e inclusión de elementos que resulte favorable para mi narrativa.
Ustedes pueden estar o no de acuerdo conmigo, pero no por ello descartan o descalifican lo que estoy diciendo.
¿Por qué ocurre?
Porque el newsletter es un formato que no busca la aprobación a través de likes sino la contextualización para que el lector tome su propia decisión.
Cuando te enfocas en una audiencia de calidad antes que en una de cantidad, los argumentos y la data aportan inteligencia, no buscan dinamitar la opinión del otro.
Dado que este es un espacio comunitario, donde no necesito de una viralidad instantánea, puedo incluir grises u otras versiones sin que me afecte mayormente.
El contexto le gana a la imposición.
Otra realidad enfrentamos cuando comprendemos que el éxito o fracaso de muchas de las opiniones que se están generando no pasa por un formato con métricas como las del newsletter, sino por el algoritmo de las redes sociales, donde es fundamental que la audiencia dé like o comparta para tener alcance.
La opinión en un diario, por ejemplo, le habla a una audiencia específica, que en algunos casos tiene afinidad previa con el medio en que es publicada.
Ese autor tiene sus interacciones y ángulos, pero no entra en conflicto hasta que desde las redes sociales aparecen los que la comparten para defender o atacar determinada causa o idea.
Para que una opinión trascienda en redes más vale situarse en los extremos antes que en los grises.
Esa necesidad de ser contundentes en nuestras perspectivas convirtió nuestras opiniones ya no sólo en una exposición de nuestras ideas sino en propaganda de las mismas y de nosotros como autores.
En vez de procurar ese entendimiento mutuo en el que un lector puede estar o no de acuerdo con el autor, como pasa en Discord, se procura el apabullamiento narrativo para que no exista argumento adverso que valga.
La defensa de nuestras ideas se ha convertido en la mercantilización de nuestras ideas.
En redes estamos menos abiertos a aceptar que el otro puede tener razón.
Entendemos que esa postura debilitaría nuestro mensaje.
La opinión no irá a ninguna parte.
El foco para los medios en el registro o la consignación podía darse cuando había una necesidad de dar a conocer una información.
Ahora de eso hay un exceso.
Corresponde a los medios encontrar cómo crear contenido de autor (entendiendo por autor la posibilidad de construirse toda una identidad corporativa única, como la tiene Pictoline).
Lo que ha de combatirse es la propaganda.
Como dice Gary Vee, “hay que dejar de hacer contenido para el algoritmo para hacer contenido que nos llene el alma”.
Pero hacer ese contenido que nos llene el alma no deberá significar imponer sino dialogar.
Es un objetivo alcanzable si de por medio no está la necesidad de hacerse viral.
Hoy todos crean contenido.
Hoy todos pueden informar.
Renunciar a tener un estilo o visión propia sería un error.
Lo que hay que erradicar es la propaganda que hacemos de nosotros mismos para alimentar la maquinaría de las redes sociales.
La voz propia la necesitamos no sólo para opinar, también para impulsar que la audiencia entienda lo que le estamos diciendo.
No se impulsa el entendimiento desde la simple enunciación de datos, se alcanza desde la empatía narrativa, desde la didáctica.
Y ahí también estarán los sesgos de aquello que hemos de tomar en cuenta y lo que no para entender un tema.
Negar nuestra subjetividad sería un error.
Sólo tenemos que recordar que en algún punto nuestras opiniones no eran mera propaganda electorera para que los lectores votaran por nosotros.
Saludos, Mauricio. Me quedo con esta frase: "Lo que hay que erradicar es la propaganda que hacemos de nosotros mismos para alimentar la maquinaria de las redes sociales". Mientras te leía, pensaba cómo las redes nos han polarizado cada vez más, al menos en temas tan pasionales como la política. Tener mayor alcance, clics, comentarios, respaldo, se vuelve una especie de 'garantía' o aval de nuestra opinión. Entras a redes sociales y es como entrar en un gran botadero de basura, donde todas las personas se lanzan unas contra otras, se desacreditan, insultan, etcétera. Es un desafío ser un elemento diferenciador y argumentar en medio de tanta neblina de datos.