Fake News: falso aunque me demuestres lo contrario
El problema de la gente que ha decidido no creer en lo que no le gusta
Storybakers:
Toca subir al escenario digital en días consecutivos.
Hoy a las 11:00 hrs. (Tiempo de México) haré parte de una mesa redonda sobre los desafíos y oportunidades del periodismo frente a la Inteligencia Artificial organizado por la CNN Academy.
Mañana a las 15:00 hrs. (Tiempo de México) estaré junto a Ernesto Martelli, Marcelo Liberini y Nathalie Vélez en el webinar de presentación de Medios 3.0: cómo la tecnología y la web descentralizada están transformando la industria.
El evento estará basado en el contenido del e-book que en Story Baker hemos publicado recientemente en colaboración con LUMO Media Lab.
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Una vez que se rompe la confianza poco puede hacerse para recuperarla.
Lo experimentamos en nuestras relaciones personales.
Lo experimentamos ahora como una industria que vive bajo sospecha.
Lo más natural es voltear a ver el periodismo que ejercemos para mejorar el producto que entregamos al público.
Revisar procesos, mensajes e intenciones para alinear lo que se supone que espera la gente que desconfía de nosotros y los ideales que nos hemos trazado como organizaciones.
Los niveles de desconfianza hacia las noticias que año con año reporta el Digital News Report del Reuters Institute ponen el foco en lo mal que lo hemos hecho como industria.
Pero dejan de lado, al menos en la interpretación que hacemos de esa data, lo que la audiencia ha decidido creer independientemente de que se demuestre lo contrario.
Es ahí donde está el verdadero problema.
Porque la confianza en las noticias no pasa ya por el buen o mal periodismo que se le entrega a la gente.
Pasa por lo que la gente decide creer a partir de su burbuja, de su ideología y lo que decide que más le conviene.
La gente hoy desconfía de lo que publica un medio por su relación en el pasado con el gobierno de ese entonces.
Pero muchos de esos que desconfían de esos medios abrazan sin cuestionar a medios y creadores alineados a los intereses del gobierno actual.
No es, por tanto, desconfianza en torno a la calidad de lo que se le está entregando.
Es una desconfianza programada que no entiende de procesos ni de verdad o falsedad.
Es una desconfianza que elige a partir del quiénes me lo están contando antes que el qué me están contando.
Se trata de una audiencia con pensamientos programados para desacreditar a pesar de las pruebas que validan la verdad y para avalar lo que sea pese a que los hechos demuestren lo contrario.
Ha sido, por mucho, la jugada más efectiva de los políticos para atenuar los efectos de sus irregularidades.
Pero su efecto ha ido más allá.
Ha llegado a significar que la audiencia acepte o desacredite lo que sea que se diga sobre ese medio sin que importe si es verdad o mentira.
Decidí escribir sobre ello a partir de mi propia experiencia hablando en TikTok sobre el regreso de Televisa en términos de relevancia cultural.
El video, sustentando en las cifras y hechos que consigne en el envío de este newsletter, se ha llenado de comentarios llamándome “chayotero”, la forma que tiene el presidente mexicano de referirse a un periodista que se vende por dinero.
En el video no viene ninguna referencia política.
Se habla sólo del éxito de La Casa de los Famosos, de la conversación generada por el documental de Paco Stanley y de la relevancia que está alcanzando con Tercer Grado Deportivo.
Acompaño esa explicación con cifras de alcance en TikTok y en redes sociales.
El video incluye una crítica a la falta de talento propio de Televisa en lo que refiere al análisis deportivo.
Nada cambió el hecho de que hubiera gente decidida a que cualquier noticia positiva respecto al estado actual de Televisa o era mentira o estaba pagada.
El video también sirvió para confirmar que la realidad propia pesa más que la realidad colectiva.
Los comentarios estuvieron divididos entre los que reconocieron estar viendo Televisa y hasta haber contratado Vix y los que aseguraron que ya nadie ve la televisión abierta.
Entre la propia audiencia terminó gestándose un debate sobre cómo la televisión abierta pese a lo tentador que resulta descartarla continúa siendo el medio masivo por excelencia.
Me refiero a ese hecho específico para llegar a la conclusión de que nada se va a resolver si no se trabaja en la formación de criterios y aperturas intelectuales de la audiencia.
No han sido ni serán suficientes las restricciones algorítmicos planteadas por las grandes tecnológicas.
No es suficiente el ejercicio periodístico intachable para evitar los cuestionamientos.
Lo mismo la audiencia puede terminar destrozando a Televisa, que al New York Times, que a CNN.
El único modo de atender la decadencia de las noticias pasa por desarrollar una sociedad más madura mental, intelectual y emocionalmente.
Es, en muchos sentidos, el objetivo más complejo de lograr.
Pero será el único que en algún punto podría devolver el aprecio a las organizaciones periodísticas y quitar el aura de próceres de la libertad de expresión a los creadores que pueden estar igual o más vendidos que los medios a los que por sistema se critica.
La clave estará en la alfabetización mediática e informacional.
Pero no sólo en la capacidad que se tenga para discernir entre lo falso y lo real, sino en la capacidad que la sociedad tenga de abrir su mente a los hechos por encima de las opiniones.
Es ahí donde está el principal desafío.
Es ahí donde ni siquiera el gran periodismo podrá hacer mucho.
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