¿Internet está matando la honestidad de las reseñas, opiniones y recomendaciones?
Con todos convertidos en ciber-edecanes cada vez es más difícil elegir en quién confiar
Storybakers:
A últimas fechas he dedicado mucho pensamiento al hecho de que no creo en lo que recomiendan los medios, los especialistas en determinado sector e incluso las personas a las que decido seguir en mis redes sociales.
Cualquiera hubiera pensado que un entorno crítico de personas que han hecho, padecido, triunfado y fracasado en una actividad tendría mayor credibilidad que un crítico que nunca ha hecho eso que está analizando. En la práctica, ese insider, además del conocimiento que sí que aporta valor y autoridad a lo que pueda decir, tiene tras de sí una serie de afectos, intereses y compromisos que hacen que todo lo que diga pueda ser puesto bajo sospecha. En esta dinámica de apogeo de insiders siempre estará abierta la posibilidad de que eso que está opinando esté orientado a seguir construyendo su networking, a incubar la necesidad sobre un negocio que está próximo a lanzar o a consentir a un cliente o potencial cliente con el que está trabajando de cerca.
El valor de los círculos cerrados, de las pequeñas comunidades en que se podían decir verdades incómodas o emitir opiniones sin que hubiera la posibilidad de mayores consecuencias se ha diluido ante la pública privacidad que vivimos como usuarios del ecosistema digital.
En grupos de Facebook, por ejemplo, podemos sentirnos seguros de opinar dado que podemos conocer el nombre y apellido de las personas que lo integran, pero aún en ese espacio privado, es suficiente con que un integrante del mismo haga screen de ese mensaje y lo comparta con una persona cuyo trabajo fue cuestionado o como mínimo analizado para que termine dándose un potencial intercambio de descalificaciones o emerja una sensación de ataque que perjudica esa relación que pudiera haber entre alguien que de forma legítima no comulga con lo que esa persona o la empresa en que esa persona labora está haciendo, sin que por ello pretenda ofender o afectar la reputación de quien de cualquier modo se termina sintiendo agravado.
Es cierto que las pláticas de café han tenido siempre sus potenciales consecuencias. Así como siempre hay un tuit, siempre han estado los comentarios que vertimos en confianza que en algún punto, ya sea porque ese que era nuestro amigo ha dejado de serlo; porque ese amigo en realidad no era amigo y sólo quería que soltáramos la lengua; o por mera imprudencia inocente, acaban trayéndonos consecuencias. Vamos, que el poder del chisme y los efectos del teléfono descompuesto desde antes nos advertían que era preferible guardar silencio, pero lo de ahora es ya la representación de una supuesta era de libertad en que vivimos más condicionados que nunca; y, por tanto, nuestras opiniones y recomendaciones están más contaminadas que nunca.
Si quieren algo de contexto sobre la era del networking content, les recomiendo este envío que hice hace algún tiempo:
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Se muere la honestidad en la era del networking content
Pensemos en el análisis deportivo. Durante años se descalificó a los periodistas por no haber jugado a nivel profesional. Esa era la condena inmediata desde la cancha y también desde la afición. Llega entonces una época en que las televisoras contratan a ex-futbolistas, técnicos desempleados y hasta ex-árbitros para que analicen el juego con la investidura que les da una trayectoria profesional en ese campo. En la práctica, estos ex-deportistas viven cuidando o destruyendo (cuando se trata de una enemistad) su relación personal con quienes en su momento fueron compañeros, amigos o rivales.
Si de por sí la objetividad es una simple utopía por representar una contradicción respecto a la unicidad del punto de vista de cada ser humano, los insiders viven condicionados por la necesidad de seguir perteneciendo a un mundo que podría terminar desterrándolos si revientan los códigos de interés de esa industria sobre la que habla y de la que fue parte. Cuando alguno se atreve, lo atacan de inmediato. “Durante años comió de esto, y ahora no hace más destruir”, dirán algunos desde dentro. Y así, las opiniones o se convierten en un ejercicio de manejo de relaciones públicas o en un suicidio social que cierra puertas a cambio de rating o interacciones en redes.
La de las emisiones deportivas es una referencia mainstream de lo que ocurre a mayor y menor escala en todo momento. Los influencers, por ejemplo, viven en un modo de colaboración que, salvo que haya una estrategia contraria de por medio porque la rivalidad también puede llegar a vender, hace que todo lo que hagan sea aplaudido por personas con audiencias igualmente significativas, sin que importe la calidad de lo que se está entregando.
Mencionemos el caso de Luisito Comunica. Además de la marca de hamburguesas que ha lanzado bajo concepto de Ghost Kitchens en exclusiva con Rappi, lanzó un spin-off de Deigo, restaurante japonés que adquiriera en diciembre pasado. Éste, aunque con muy cuestionables tiempos de espera haciendo fila en plena calle y una supuesta experiencia “auténticamente japonesa” que se pone en tela de juicio cuando la música que acompaña ese viaje mágico a Tokio es la de la banda mexicana Zoé, no ha tenido más que reseñas positivas de otros influencers, que han ido no a hacer videos para expresar su opinión honesta sobre un lugar sino a colaborar y a hacer promoción a su amigo o referente sin que haya espacio público siquiera para hablar de potenciales oportunidades para mejorar. No se cuestiona que les guste, sino que desde antes de probarlo esté decidido el rumbo que tomará esa supuesta experiencia que pretende servir de punto de partida para que los espectadores de ese video decidan si vale la pena visitar ese restaurante.
El networking 24/7 condiciona las opiniones de todos los creadores, no sólo de los macro-influencers
Como personas activas en redes sociales, entendemos que se mantiene firme aquello de apoyar a amigos y conocidos en lo que sea que emprendan, pero esa dinámica que era cien por ciento comprensible cuando se trataba de dar un espaldarazo a alguien cercano que lo necesitaba choca con el hecho de que al hacerlo, aún si apenas tenemos mil o dos mil personas siguiéndonos, puede estar dibujando una realidad inexacta o absolutamente falsa para esos seguidores que no entienden el porqué de los buenos comentarios que estamos haciendo sobre determinada experiencia.
Hace poco acudí a La Casa de Papel: La Experiencia, un evento organizado de forma oficial por Netflix y Fever que prometía convertir a los asistentes en protagonistas de un atraco internacional dirigido por Lisboa. En la práctica, la experiencia se queda corta, dado que los organizadores tienen prisa por dar paso a nuevos grupos, la resolución de los problemas se acelera a grado tal que son los propios actores los que te dicen dónde encontrar las cosas, en ningún momento se siente tensión, ni se logra que en verdad te traslades a la dinámica de la Casa de Papel, además de que los supuestos espacios diseñados para tomar fotografías y comprar merchandising son decepcionantes. Sin embargo, una amiga mía que es actriz, aún coincidiendo conmigo en WhatsApp en que el concepto no fluía ni cumplía con lo prometido, publicó en Instagram Stories que había tenido “una experiencia maravillosa” y que la gente debía apurarse para no perderse la oportunidad de ser parte de La Casa de Papel.
Lo hizo, lo entiendo, porque tanto en la producción como en la actuación tenía a amigos que no recibirían de buena forma las críticas. El problema es que, de nuevo, una insider mentía a una audiencia que desconocía esos lazos. Y lo peor, es posible que esa misma insider también les mienta en la cara a esos actores y productores que teniendo el acierto de presentar algo que por concepto era innovador, aún tienen mucho por mejorar.
Del networking a las ciber-edecanes, el problema de que todos seamos creadores de contenido
Si digital transformó el modo en que nuestra gestión de relaciones personales y profesionales puede influir en el modo en que emitimos nuestra opinión a una audiencia que nos respeta, también nuestro uso y consumo de productos se convirtió en un potencial elemento de mentira hacia nuestros seguidores, y por ende, hacia nosotros mismos.
En ocasiones esa ruptura entre la verdad y una estafa publicitaria queda evidenciada por lo poco probable que resulta que una persona con determinada imagen y construcción de marca consuma un producto que revienta con la lógica narrativa de ese creador de contenido.
Así, encuentras a influencers con alto poder adquisitivo “maravillados” por el hecho de subirse a un Tesla de Beat, competidor de Uber, Didi y Cabify, mucho tiempo después de haber sido lanzado, lo que como mínimo resulta improbable. También es posible encontrar a influencers que hoy juran amor eterno a una cerveza pero que en la práctica consumen otra, o bien, cambian de cerveza preferida en cuanto otra les termina pagando por ello.
Incluso en aspectos de uso menos común, como las recomendaciones de libros o gadgets, es posible que un creador comience de forma honesta a sugerir aquello que ha influido de forma positiva en su vida, pero es también altamente probable que una vez que consolide la del marketing de afiliados como una forma de ingresos recurrente, decida recomendar incluso aquello que no ha consumido, dado que más vale que esa puerta abierta continúe representando monetización adicional.
En ese conflicto de intereses permanente en que vivimos como creadores, ¿será que la única vía es la alfabetización mediática e informacional de la gente que nos consume? O es esa la solución o no habrá otra. El problema es que como consumidores se nos pide que lo hagamos cuando más nos enfrentamos a una sensación de prisa, de exceso y de mentira.