La muerte de los modelos editoriales
Y cómo la individualización de los periodistas y del consumo traerá nuevos problemas de credibilidad
Storybakers:
Quizás no son las plataformas, son las personas. Aunque lo más sencillo es apuntar a Facebook, a Instagram, a Twitter o a YouTube, una y otra vez emergen muestras de que la proliferación de contenido impreciso, manipulado y visceral no pasa sólo por el algoritmo sino porque es justo eso lo que más tiende a consumir la gente sin que importe el entorno en el que es presentado.
Durante el apogeo de la Web 2.0, es decir, la web de las redes sociales como protagonistas, se aseguró que los algoritmos crearon un problema nunca antes visto en materia de desinformación. Esa es una verdad en parte: la maquinaría de las redes, en particular las de Facebook y YouTube, goza de mayor escalabilidad y penetración que cualquier estrategia que pudieran armar una decena de diarios de forma conjunta para influir en una decisión de cualquier tipo en su audiencia, pero en estricto sentido, mucho de ese contenido que para muchos es cuestionable es seguido por millones por atender a una elección previa, en lo que me gustaría bautizar como “ceguera angular”, refiriéndome así a cómo nuestra posición frente a distintos temas de la vida configura aquello en lo que vamos a creer y en lo que no independientemente de si los hechos y los datos lo sustentan.
El poder de esa “ceguera angular” no se queda en la gratuidad a cambio de data de los usuarios que tanto han explotado las redes. El fervor de las personas por fortalecer aquella postura que ya han decidido llevar como parte de su persona es tan sólido que están dispuestos a pagar por ese contenido y a seguir con devoción a quien se convierte en su líder. Como lo escribí en su momento, un creador de contenidos con grandes audiencias comparte características con los siempre cuestionados liderazgos religiosos. A este fenómeno lo etiqueté como Faith Economy, concepto que detallo en este envío:
Durante estos años se había asumido que la proliferación del contenido de baja calidad era responsabilidad de las redes sociales. También se argumentaba que estábamos mejor cuando las grandes conversaciones se detonaban y se gestionaban desde los medios de comunicación establecidos a partir de sus propósitos editoriales. En la práctica, esos medios que se esgrimían como mejor alternativa habían hecho por años lo que ahora se cuestiona de las redes sociales: darle pan y circo al pueblo, o hacer televisión para jodidos, como en su momento lo reconociera Emilio Azcárraga Milmo sobre el compromiso de Televisa con la sociedad mexicana.
El ejercicio de apuntar a Facebook y sus semejantes como villanos ha sido lucrativo para los medios, quizás la demostración más contundente de que aún reducidos en su alcance y penetración, cuentan como industria con la capacidad de cuando menos manchar la imagen de las grandes corporaciones tecnológicas y de provocar el seguimiento y la obsesión del poder gubernamental, cada vez más consciente de que o hace algo por detener el conocimiento sin fronteras que las redes tienen de la población o acabarán rebasados, como lo están siendo, por este nuevo poder que no depende ni de un cargo constitucional ni de una ubicación específica para actuar.
Pero esa narrativa empieza a debilitarse. El primero en provocar dudas sobre lo que tanto tiempo se dio por cierto es Substack, esa plataforma que se visualizaba como el edén de los buenos contenidos a partir del impulso al modelo de pago directo al creador de contenido y que hoy se encuentra bajo fuego por dar paso a publicaciones de cuestionable calidad e integridad.
Substack, como Facebook, como YouTube y como todas las plataformas a las que les llega su momento de rendir cuentas, advierte que ellos no pueden erigirse como moderadores universales, que lo suyo es entregar herramientas para que los creadores conecten con su comunidad. Para el problema de siempre, la respuesta de siempre. O dicho de otra forma, las plataformas no reconociendo que son medios de comunicación para así evadir responsabilidades.
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El problema de Substack también será el de los medios
Lo que se pide con insistencia a plataformas es que más allá de respetar las normas de convivencia, de por sí difíciles de establecer sin que estén sujetas a distintos criterios, se promueva un involucramiento tal que en cierto modo se implementaría un modelo editorial, como siempre han tenido o cuando menos se supone que tienen los medios de comunicación.
Pongamos por ejemplo el caso de Alex Berenson, ex escritor del New York Times que fue suspendido de Twitter por hacer una serie de afirmaciones negacionistas sobre la efectividad y consecuencias de aplicarse la vacuna contra el coronavirus. Él, impulsado por el cierre de puertas que encontró en plataformas tradicionales, migró a Substack para generar un negocio que hoy le representa 720 mil dólares al año gracias a los suscriptores que lo convierten en uno de los newsletters más exitosos de la plataforma.
Si Substack decidiera eliminarlo de la plataforma, estaría obligándose a asumir una postura que va en contra de lo que muchas personas, con razón o sin razón, creen. En cierto modo, también, estaría abrazando un modelo editorial que sancionaría las opiniones contrarias a la aplicación de la vacuna para cubrir y dar espacio únicamente a los que están a favor de aplicársela, aún reconociendo que se desconocen los potenciales efectos secundarios de la misma a largo plazo.
Esa disyuntiva se repite en cuando menos dos casos más de gran éxito en la plataforma, Bari Weiss y Gleen Greenwald. Ambos polémicos, ambos controvertidos, ambos extremos en sus perspectivas, ambos abrazados y encumbrados como referentes por sus propias comunidades.
A los medios, por ejemplo, se les cuestiona cuando están demasiado cargados hacia determinada ideología. A Latinus en México se le acusa de evadir cualquier tipo de contenido que pudiera representar un golpe a los intereses de la oposición. A cientos de canales de YouTube afines al gobierno de López Obrador se les cuestiona por no incluir ni el más mínimo cuestionamiento al desempeño del presidente mexicano. El problema o pasa por el exceso de apertura de las plataformas que no se quieren ver como medios o el exceso de ángulo de los medios que deciden seguir determinado modelo.
¿Por qué la individualización del consumo provocará la muerte de los modelos editoriales?
En un envío reciente, les hablaba sobre las dificultades que Substack tendría para mantenerse como una plataforma líder en materia de independencia periodística frente a sus competidores tradicionales, entre los que se cuentan medios y plataformas, como también frente a sus adversarios futuros, con Mirror como principal protagonista.
Axios, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, ha publicado el nuevo esfuerzo que hará The Information para lanzar su propia red de newsletters con escritores premium en torno a distintos temas. Como The Information, que asegura conocer mejor que nadie todo lo que requiere un creador para construir un negocio basado en suscripciones a partir del momento en que oprime el botón de publicar. no está solo en ese esfuerzo por opacar las cualidades diferenciadoras de Substack en aras de retener y atraer talento que de otro modo acabaría yéndose para siempre de los medios.
Como muestra, Puck, ese que para mí representa un prototipo de cómo deben ser los nuevos medios
Y si vamos más atrás, pensemos en el caso de Defector Media como un colectivo de periodistas que gestiona su propia plataforma en aras de alcanzar la independencia de los grandes cotos de poder.
De a poco los medios concluyen que lo que sigue para ellos es convertirse en plataformas que garanticen espacios de publicación, distribución, monetización y status para los periodistas. Los medios, para decirlo claro, tendrán que asumirse cada vez más como Twitter, como Facebook, como Netflix o como Spotify, es decir, como espacios en los que un creador puede mostrar su obra y encontrar condiciones favorables para vivir de ella. A este modelo lo bauticé como Media-to-Journalist (M2J) cuando Forbes lanzó su plataforma para impulsar a autores independientes.
Si los medios se convierten en plataformas y si se reconoce que el consumo se ha individualizado a grado tal que el éxito se genera a partir de las sumas de comunidades particulares de distintas personas, podemos asumir que esa misma problemática de moderación que padecen Substack y las otras redes caerá sobre los medios. Así, un medio de análisis política terminará encontrándose frente a la encrucijada de sancionar las opiniones que mejor funcionen por no atender un modelo editorial que la teoría indica que tendría que estar bien establecida o avalar que el contenido pueda ser publicado dado que, como siempre se ha puesto en letras pequeñas, “lo aquí escrito es responsabilidad única del autor, no representa en ningún momento la opinión del medio”.
Los modelos editoriales se mueren. Pensar que serán los medios los que se encarguen de garantizar el equilibrio y la calidad, de por sí compleja de definir, sería olvidar lo que hemos hecho como industria cuando los algoritmos llegaron a enseñarnos cómo ser virales a costa de lo que fuera.
Si abrazamos el contenido visceral o engañoso para generar visitantes a nuestros sitios y mostrar anuncios, no sería raro que se haga lo que sea que esté en nuestras manos para capitalizar el modelo de pago, aún si es a partir de columnas incendiarias y de gente que se posiciona estratégicamente en los extremos.
Los medios como plataformas están aquí. La responsabilidad, diremos, será de los autores del contenido.