Los hechos preocupan; las opiniones obsesionan
Las consecuencias emocionales de ser adictos a los trending topics
Storybakers:
Siempre he sostenido que la creación de contenido es colaborativa.
Un newsletter como este parece resultado de un ejercicio solitario, pero en la realidad se nutre de conversaciones con otros, de experiencias e ideas que otros comparten en sus propios contenidos e incluso del resultado que en otros provoca el contenido que uno publica.
Este newsletter es un reflejo de ello.
La obsesión por las opiniones se convirtió en un tema que da para envío independiente gracias a la opinión que provocó en ustedes.
En particular en mi apreciada Cristina Mitre, quien me ha dejado este comentario tras el envío:
Cristina Mitre: Me ha gustado mucho, Mauricio. Muchas gracias. Me quedo con esta frase: "El problema es que los seres humanos ya ni siquiera nos estamos desgastando ante los hechos, sino también ante las opiniones de personas que no conocemos". Un abrazo desde Dubai.
Su comentario me motivó a seguir reflexionando sobre mi propio consumo de noticias, en particular cuando éstas no encajan con la visión que tengo sobre cómo debería ser el mundo.
Cuando recién estalló la guerra pasé entre tres y cinco días enganchado con las principales novedades.
Twitter, que no es sino la decimoséptimo red social más grande del mundo (si incluimos las redes sociales chinas), me atrapó como hacía mucho tiempo no lo conseguía.
Pero en el recuento de los daños, ya con la cabeza fría y los dedos calmos ante la tentación del smartphone, me doy cuenta que invertí demasiado tiempo viendo actualizaciones que redundaban sobre los mismos hechos objetivos.
El comienzo de la invasión de Rusia a Ucrania.
Las sanciones de la OTAN en simultáneo con la negativa a enviar fuerzas armadas directamente a Ucrania.
El meme con el que la cuenta del gobierno ucraniano comparó a Putin con Hitler.
Las reacciones de Volodimir Zelenski.
Esos cuatro hechos ya para entonces documentados y en algunos casos hasta analizados fueron suficientes para que no sólo consumiera esas noticias y algunas reflexiones a fondo de voces autorizadas, sino también para que invirtiera tiempo en lo que terceros totalmente desconocidos y en la mayoría de los casos sin una influencia directa o indirecta sobre ello tenían que decir, comentar o hasta bromear.
Los seres humanos estemos extendiendo la sobremesa de una noticia.
No porque la guerra entre Rusia y Ucrania no amerite libros enteros de reflexión y horas de seguimiento, sino porque esa sobremesa en vez de avanzar se obsesiona con hechos simbólicos que conforman la mayoría de los memes, la mayoría de las informaciones y desinformaciones, y la mayoría de los enojos y desgastes que padecemos.
Es natural que la guerra nos cause estrés.
No que eso que nos causa estrés aún ocurriendo del otro lado del mundo se convierta en una obsesión por voluntad propia para que el desgaste sea aún mayor.
No que dediquemos tiempo en vano a buscar más memes originales cuando el feed de Twitter nos demuestra que por más que busquemos no habrá novedades.
Y ahí podemos culpar a Twitter por hacernos adictos.
Pero también a nosotros por ser incapaces de autogestionar nuestra necesidad de profundizar en el consumo de una historia.
En muchos casos somos conscientes de que nueva información no hay.
De que eso que se considera noticia, que pasa por la novedad y lo desconocido, rara vez presenta novedad.
Pero en la sobremesa de una noticia vamos con la editorialización por delante.
Y entonces buscamos a autores perfectamente conocidos o perfectamente desconocidos para alegrarnos con todas las bromas, que a su modo son columnas de opinión, que refuerzan nuestro punto de vista y desgastarnos con todas las bromas y teorías que lo contradicen.
Mi segundo momento de realización se produjo, como lo anticipé en el envío que motivo el comentario de Cristina Mitre, la inauguración del nuevo aeropuerto (o aeródromo) mexicano.
Pasé casi un día entero, con intervalos de pequeña productividad sobre aquello que yo sí puedo cambiar desde mi trinchera, obsesionado con esa noticia.
Llegó la noche y me sentí en verdad desgastado, frustrado y ansioso por ella.
Pero ya que lo reflexiono, mi frustración fue tanto por los hechos (la apertura de una obra pública que desde mi punto de vista no es lo que debió ser) como por las reacciones que sobre esa historia crearon algunas personas que identifico, otras que desconozco y algunas más que pueden ni siquiera existir por ser parte de granjas de bots.
El hecho fue básicamente que el presidente López Obrador inauguró el aeropuerto.
Que las obras estaban inconclusas.
Que hubo ambulantaje dentro de las instalaciones del nuevo aeropuerto.
Que aunque el presidente hizo 40 minutos para llegar en un día feriado, escoltado y saliendo a las 5 de la mañana, las vías de acceso para cualquier viajero común están lejos de ser óptimas.
Y todos esos hechos, en su conjunto, me provocan desgaste e insatisfacción.
Con eso no puede hacer mucho más que asumirlo y seguir adelante hasta que llegue el momento de poder hacer algo por cambiarlo.
Pero todo lo que vino después, las horas de scroll infinito en Twitter fueron un derroche de tiempo y energía.
Las noticias, como digo en el titular de este newsletter, preocupan.
Ese enganche, de por sí, impacta en nuestra estabilidad emocional.
Pero lo que sí que podemos ahorrarnos es ese espacio en que seguimos tocando la herida, en que nos metemos a la cueva del lobo para extender esos sentimientos y frustraciones.
No hay nada nuevo detrás de alguien reaccionando a una misma imagen.
No hay nada nuevo detrás de una pequeña variación al meme que se hizo tendencia desde temprano.
Que sea parte de los tuiteros que se burlan del nuevo aeropuerto ni va a cancelar esa obra ni va a impactar de forma alguna en el futuro de México.
Que me someta al enfermizo ejercicio de buscar a los defensores de López Obrador, reales y ficticios, no me presenta posibilidades ni de hacerlos cambiar de opinión ni de llevarme a ser yo el que modifique mi posición al respecto.
Son muchos los que cuestionan cuánto tiempo hemos de ocupar consumiendo noticias.
Desde el Nieman Lab han hecho un reporte que documenta cómo esa ha sido una consternación recurrente ante las innovaciones tecnológicas en el consumo de contenidos.
Documenta también que esa problemática nunca ha encontrado una respuesta definitiva.
Que el problema, aunque existente y creciente, termina quedándose como una realidad con la que cada uno ha de lidiar.
En el contexto actual a esa tentación de vivir obsesiones con el descubrimiento del qué hemos de sumar los efectos de la editorialización de la noticia.
Antes dos, tres o cinco diarios te daban su versión de los hechos.
Pero ahora nuestro consumo de noticias, y la sobremesa de la misma, se ha convertido en un ejercicio que no sólo contiene cargas ideológicas, como antes al comprar tal o cual periódico, sino también la necesidad de hacer ese consumo acompañado de nuestra manada y de enfrentarnos a la manada de los otros.
El qué para los usuarios ya no es suficiente.
En el buen sentido, por la contextualización, diferenciación y especialización que entonces demandamos de los medios.
Pero también en el mal sentido, porque ahora al desgaste del hecho sumamos el de la trifulca colectiva en que lo convertimos.
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¿Qué toca hacer a plataformas y usuarios para combatir la ansiedad de las noticias y la toxicidad de las conversaciones?
Twitter y otras redes pueden buscar generar otro tipo de entornos.
Communities en Twitter es una buena aproximación.
Pero incluso sobre esos temas que son productivos y que sí impactan en la vida creativa de las personas, vivimos en el exceso de oferta.
Hoy si quieres saber de Web 3, de criptomonedas, de Inteligencia Artificial, de NFTs o de realidad virtual, tienes contenido para ahogarte en él.
¿Y qué ocurre ante el exceso? El FOMO, la ansiedad de irte a dormir sabiendo que no terminaste de consumir todo aquello que te parecía atractivo.
Ese FOMO a veces está justificado, pero otras tantas, el contenido que guardamos para consumo posterior cambia apenas en unas cuantas palabras, pero el mensaje o la sustancia es el mismo.
El contenido original tanto en las historias noticiosas como en las de nichos y curiosidades es muy escaso.
La dificultad a la que nos enfrentamos, que por ahora las redes no alcanzan a resolver y quizás no sea de su interés porque eso reduciría el tiempo que pasamos en ellas, pasa por identificar la versión original y separarla de las miles de copias que van surgiendo en el camino.
¿Qué podemos hacer como usuarios?
Ser responsables con nuestro consumo.
Cuando acuñé el termino “Terapeuta de Contenidos” me refería precisamente a esto.
A que cuando comemos no arrasamos con todo.
Llega un punto en que nos decimos que ya es suficiente.
Y si lo queremos hacer todavía con mayor nivel de acierto y beneficio, vamos a un nutriólogo para seguir un régimen.
Lo mismo tendríamos que hacer con el contenido.
Exponernos sólo lo necesario a todo lo que nos genera emociones, sobre todo emociones adversas.
No se trata de negarnos a la realidad.
Sí de ser conscientes de lo que somos, de nuestros alcances y del daño que podemos infringirnos a nosotros mismos.
Los medios aquí también juegan.
La ansiedad de los usuarios es la oportunidad de los medios.
Hoy más que nunca sería saludable volver a los medios, a espacios más controlados, con menos excesos.
Pero mientras eso no pase y los medios sean agregadores de las redes, la mayor responsabilidad quedará en el usuario.
Al menos yo me he prometido no volver a desgastarme por lo que piensa gente a la que posiblemente jamás conoceré en persona.
Ya suficiente tenemos con el desgaste del qué para jodernos la vida con la sobremesa de las noticias.