Los medios caen en la trampa de las conferencias de prensa 24/7
El error de pensar que cualquier cosa que se diga ha de ser noticia
Storybakers:
El mundo actual es una conferencia de prensa permanente.
En cualquier momento, desde cualquier lugar, una persona emite un mensaje con la intención de ser escuchado.
Pero no todo mensaje amerita atención.
Y es ahí donde los medios y el periodismo se han equivocado.
En el pasado se comprendía que se citaba a conferencia de prensa porque había algo relevante que decir.
Ahora, en esa conferencia de prensa recurrente que ni se acaba ni tiene razón de ser la mayor parte del tiempo, hemos dejado de distinguir entre la información y la manipulación.
Donald Trump entendió perfectamente el rol de los medios como jilgueros que repetirían cuantas ocurrencias tuviera.
Elon Musk no para de jugar con la opinión pública a través de los medios de comunicación.
Y todo desde sus cuentas personales en Twitter.
Los gobernantes, tanto los que mandan en un país como los líderes tecnológicos que empiezan a ser aún más peligrosos que los primeros por no llevar tras de sí la pestilente etiqueta de políticos, aunque en cierto modo lo sean, se han dado cuenta del poder que tienen.
Si un bebé aprende que llorando llama la atención de sus padres, un político o populista tecnológico, como Elon Musk, comprende lo que significa que cualquier cosa que haga sea retomada por los medios de comunicación.
No es que Musk no amerite atención por pretender adquirir Twitter.
Es que no siempre tiene algo que decir a ese respecto, aunque de cuando en cuando publique uno, dos o tres memes como divertimento personal.
No es que López Obrador no amerite atención como presidente de México.
Es que una cosa es llamarlo a rendir cuentas en un contexto determinado y otra permitirle que un ejercicio propagandístico se convierta en una sesión de dictado para que los medios reproduzcan lo que le apetezca.
Hace unos días, el presidente mexicano visitó el llamado Triángulo Dorado, zona emblemática del Cártel de Sinaloa que comprende Durango, Chihuahua y Sinaloa.
En ese mismo viaje, un retén de civiles armados retuvo por unos minutos al contingente de periodistas que cubrían la gira del presidente mexicano por esa zona.
Como respuesta, López Obrador señaló que no había pasado nada.
El gobernador de Sinaloa hizo lo propio asegurando que se exageró para dejar en mala posición al gobierno federal.
Pero esa nota, aunque reportada por los medios, no fue tan destacada como la ocurrencia del presidente para renombrar el Triángulo Dorado como “el triángulo de la gente buena y trabajadora”.
El supuesto nombre propuesto por el presidente no es ni siquiera uno que él hubiera pensado antes de su conferencia.
Se nota porque demoró aún más de lo habitual en su respuesta.
Se nota la ocurrencia en su semblante.
Pero el resultado de esa improvisación, aunque va a los diarios y a los memes, le permite escapar de nuevo, y como siempre, de las respuestas profundas a problemas serios que aquejan a México.
Los medios no han sabido gestionar el acceso permanente.
Habituados como estaban a tener que esperar que alguna autoridad o fuente tuviera la disposición de hablar, las conferencias que no se acaban se han convertido en una adicción para quienes siempre quieren tener algo que publicar.
Y entonces los medios en vez de buscar las respuestas correctas a problemas que ellos mismos visibilicen, se convierten en armas propagandísticas.
A veces de Musk y sus andanzas para jugar con Twitter como si fuera un balón de futbol.
A veces de López Obrador que ha convertido a los medios en la plastilina personal que hace como quiere cada mañana.
A veces de Donald Trump que sin el megáfono de los medios nunca hubiera llegado a la presidencia de Estados Unidos.
El ruido no tiene por qué ser noticia.
Si las Kardashian instalan conversaciones en redes sociales a través de su reality, como ese emblemático momento en que Kendall muestra su torpeza al cortar un pepino, las figuras públicas marcan la agenda que quieren tras entender que pueden decir y publicar lo que quieran y ahí estarán los medios, reportando y replicando con obediencia lo que sea que hagan.
Los medios han de ser un espacio para reportar, contextualizar y analizar lo importante.
Pero cuando los medios se comen el engaño de las boberías para concentrarse en ellas antes que en el fondo, esos que se convierten en objeto de memes descansan por no tener que trabajar en soluciones reales.
Entre los amantes de Los Simpson es recordado el episodio en el que Bart se da cuenta del poder que tiene al provocar algo negativo y terminar diciendo “yo no fui”.
Le funciona por mucho tiempo y se convierte en celebridad hasta que un día Springfield decide que ha dejado de ser novedad.
El problema es que ese “yo no fui” de los nuevos y viejos políticos viene con anabólicos incluidos para los medios de comunicación.
Musk, Obrador y Trump acompañan sus ocurrencias con visitas e interacciones que se presentan para los medios como Cajitas Felices de Mcdonald’s.
Hace unas semanas, en una sesión sobre el uso de redes sociales entre los medios mexicanos más exitosos, varios editores reconocieron que su principal momento de consumo era La Mañanera, como se ha bautizado la conferencia de prensa de López Obrador.
El Times y el resto de medios estadounidenses han tenido que reconocer que extrañan la figura de Trump frente a la inexpresiva figura de Joe Biden.
A los medios les ha gustado más eso de entretener que de informar.
Y en eso estos tres, como Jair Bolsonaro y como muchos gobernantes más, son auténticos expertos.
El problema de los medios es que antes había un exceso de silencio.
La gente rehuía de los micrófonos.
Se le tenía respeto a lo que se fuera a decir frente a una cámara.
Había temor a encontrarse cara a cara con el periodista a cargo del noticiero nocturno.
Pero ahora lo que hay es un exceso de ruido.
Y los medios están ahí, esperando a que sus fuentes activen el teclado para entonces salir a replicar lo que sea que digan.
En esa dinámica, los medios no quedan como creadores de contenido original sino como simples repetidores de los caprichos de una persona.
A eso vamos enseguida…
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¿Y si se pone un alto a la cobertura política?
En la adicción de los medios a hacer notas por lo que sea, como lo escribí en el envío de ayer, no hay cobertura más nociva que la de la clase política.
Puede entenderse, aunque no lo comparta, como inofensivo que los medios deportivos hagan nota porque un futbolista ha dejado de seguir a quien era su novia.
Puede entenderse también que se haga escándalo porque la cuenta oficial de un equipo ha mandado una indirecta a otro equipo.
Pero no puede entenderse que esa narrativa tan propia de los pleitos de celebridades y del deporte se traslade a la escena política.
Conforme se acerca el nuevo proceso electoral para determinar al presidente de México son muchos los actores políticos que buscan posicionarse en la agenda.
En muchos de los casos, figuras sin el peso suficiente para ser considerados serios contendientes en las elecciones venideras.
Pero como entienden que los medios tendrán suficiente con un grupo de acarreados que coreen el grito de “presidente, presidente”, arman ese show a la espera de que los medios hagan la nota correspondiente.
Y ahí emergen los medios: “al grito de presidente, presidente, reciben a (inserte nombre y apellido)”.
Hace unos días, Alejandro Moreno, presidente del PRI, fue evidenciado en una grabación por advertir que “a los periodistas no se les mata a balazos, hay que matarlos de hambre”.
Más allá de que dichos audios fueron dados a conocer por opositores, la frase dicha por uno de los actores políticos más relevantes de México, ameritaría la unión del gremio periodístico y el repudio absoluto a ese tipo de expresiones.
En vez de eso, los medios acuden presurosos a conocer su versión de los hechos, que no termina siendo más que señalar una persecución en su contra y asegurar que se trata de grabaciones manipuladas.
Los medios, en vez de profundizar sobre lo que implica que desde el poder se pretenda matar al periodismo, hacen parte de una guerra verbal que puede retratarse con una escena de palomas mensajeras que viajan de un lugar a otro para entregar mensajes.
Como si no tuvieran otro rol, como si no pudieran hacer algo por cuenta propia, como si todo fuera poner un micrófono o estar atentos a redes sociales para difundir lo que de cualquier modo podría conocerse a través de otras plataformas.
A los medios también les acomoda más vivir en modo campaña que en modo gobierno.
Y mientras caen seducidos frente a la palabrería cada vez menos diplomática, dejan de atender tanto los problemas serios de la sociedad como aquellos de menor calado pero que encajan en aportar potenciales soluciones a problemas de la gente.
Es cada vez más la gente que dice estar cansada de la política.
Es cada vez más la gente que es escéptica de lo que un política haga o diga.
Es cada vez más la gente que busca otro tipo de contenidos y otro tipo de entretenimiento.
Pero en los medios no encuentra respuesta a esas inquietudes.
Encuentra en cambio una enfermiza obsesión de los medios por seguir la disputa política en busca de la declaración más escandalosa.
Ese circo no tiene más beneficiario que la clase política.
Ni los medios terminan ganando a largo plazo.
Ni la audiencia encuentra algo que resuelva o atienda alguna de sus problemáticas.
Pero los políticos, mientras tanto, sonríen.
Comprenden que ahí donde antes tenían que estar ocultos y ser discretos, ahora pueden decir y hacer lo que quieran.
Si un día se exceden, no tendrán más que esperar a que llegue otro más escandaloso para convertirse en la nueva tendencia.
Los medios hoy son más armas de propaganda que un recurso social para llamar a la rendición de cuentas.
Si queremos cambiarlo, habremos de ser menos adictos a las declaraciones.
Que un espacio esté siempre abierto no significa que debamos estar ahí.
Que una conferencia de prensa sea permanente, no significa que siempre tengamos algo que preguntar, y mucho menos algo que consignar.