Meghan y Harry vs Spotify: Bill Simmons nos representa
Y por qué el podcast de celebridades representa un golpe al orgullo de los creadores independientes
Storybakers:
Aquí un nuevo episodio random de Upload Inc.
Va sobre por qué pensamos que Chicharito tendría que dar el paso definitivo como streamer.
De Mr. Beast como un generador imparable de dinero que deja un legado a través de la filantropía, pero no tanto a través de cómo cuenta sus historias.
Y del algoritmo de TikTok, ese que un día te dice que tu vida te ha cambiado todo para devolverte la humildad un día más tarde.
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Bill Simmons ha dicho lo que muchos podcasters pensamos.
Para Simmons, los duques de Sussex son unos “estafadores”sin nada que hacer más que hablar de aquello de lo que reniegan.
Se refiere así al fallido acuerdo multianual entre Spotify y Archewell Audio, estudio propiedad del Príncipe Harry y Meghan Markle.
En la práctica ese acuerdo por 20 millones de dólares anunciado en el 2020 no ha traído más que un especial navideño y 12 episodios de una serie de conversaciones presentadas por Meghan a mujeres poderosas como Serena Williams, Paris Hilton y Mariah Carey.
Lo mismo, aunque mucho más enmarcado por la decencia diplomática, ha ocurrido con el acuerdo que Spotify firmó en el 2019 con la productora de Michelle y Barack Obama.
En ambos casos se ha dicho que las expectativas fueron mayores que los resultados.
En ambos casos se ha hablado de que las propuestas presentadas a Spotify no lograban despertar interés.
En ambos casos parte del desencanto ha estado relacionado con que ninguno de los cuatro ha querido tener una serie de productos consistentes relacionados directamente a ellos como presentadores.
Desde Spotify se argumenta que no recibieron lo que estaban buscando con este tipo de acuerdos.
Bill Simmons lo verbaliza con esa libertad que sólo él puede tener como ese híbrido de emprendedor serial que además ha sabido incorporarse a Spotify sin que The Ringer perdiera su magia y sin que la influencia corporativa se encargara de alejarlo.
Cuando afirma que Harry no hace mas que quejarse y hablar sobre eso, Simmons actúa como el podcaster que logró construir una empresa que fuera vendida a Spotify por 200 millones de dólares en el 2020.
Pero es cierto que esa declaración no va con lo que podríamos esperar del responsable de innovación y monetización de podcasts en Spotify.
La de Simmons representa una de las pocas ocasiones en que desde dentro de una plataforma tecnológica es posible escuchar con autenticidad lo que piensa un creador.
Los calificativos pueden cambiar.
A veces el adjetivo puede ser el de estafador, otras el de perezoso o irresponsable.
Con recurrencia se puede señalar falta de originalidad o falta de compromiso con el formato.
A los podcasters independientes, como en su momento lo fue Simmons, se les viene encima una lluvia de ideas cada que han de lidiar con un famoso más presentando un podcast para Spotify.
Spotify se queja de los resultados, pero tampoco se puede negar que detrás de ese acuerdo con Meghan y Harry había más un interés por relacionarse con nombres poderosos antes que con historias poderosas.
Lo mismo con Michelle y Barack Obama.
Esa expectativa como storytellers que se les adjudicó a los Duques de Sussex no estuvo fundamentada más que en el propio Spotify invirtiendo a ciegas en ellos.
Sin que en aquel momento importara la historia que podían contar, sin que importara si ya habían trabajado o no en un proyecto que valiera la pena.
En aquel momento lo único que importaba no era qué historia iban a contar, sino quién la iba a contar.
Aquellos anuncios, por más que en su momento estuviera Barack Obama compartiendo el micrófono con Bruce Springsteen, estaba condenado a vivir su clímax al hacer público el acuerdo.
Para Spotify fue muy conveniente hacerlo en ese momento.
Cada uno de esos acuerdos que hoy les parecen absurdos formaron parte de su estrategia para crear hype detrás del podcasting.
Por tanto me cuestiono si es válido llamarles estafadores a los Duques de Sussex.
A final de cuentas sirvieron para lo que el acuerdo estaba realmente diseñado.
En ese 2020 cualquier cantidad de medios habló del año del podcast.
Hoy esos mismos medios cuestionamos los frutos de esos acuerdos, pero en su momento los celebramos como la señal de que el audio sería el formato que cambiaría la vida de los creadores.
Spotify sigue atravesando ese momento en que ha de morderse la lengua para abrazar su nuevo posicionamiento a lo YouTube.
Lo que más se escucha en Spotify no suele tener ni gran diseño sonoro, ni gran guión, ni gran actuación.
Lo que más se escucha en Spotify tiene, como lo dijimos en el envío del domingo, a hosts reconocidos que logran enganchar a la audiencia.
Casos como el de Alex Cooper o como el de Joe Rogan.
Aquí podría decirse que hubiera tenido sentido que Meghan Markle o Michelle Obama atraparan a la gente.
Diría incluso que habrían podido conseguirlo, siempre y cuando hubieran tenido la disposición de estar siempre, de convertirse en creadoras recurrentes.
El problema de las producciones de Spotify pasa por esa liberación tan esporádica de temporadas que evita que escuchar a un host se convierta en hábito.
Cuando se trata de conversaciones, el diferencial es tan escaso que hasta las máximas celebridades han de estar de forma recurrente para convertirse en una necesidad de la audiencia.
Sobre Meghan Markle y Michelle Obama, o sobre el Príncipe Harry y Barack, también opera la camisa de fuerza con la que han de emitir su mensaje.
Ellos, más allá de las quejas políticamente incorrectas de los Duques de Sussex, no tienen la libertad de opinar que sí que tienen Alex Cooper y Joe Rogan.
No tienen la libertad de la que gozamos cualquiera de nosotros al momento de ponernos frente a un micrófono.
Esas figuras universales que viven condicionadas por los códigos difícilmente terminan rompiéndola en un contexto en el que lo más se abraza es la autenticidad y la empatía con la audiencia.
Entre los Obama y los Duques de Sussex se han ido al vertedero 45 millones de dólares.
Puede que Bill Simmons no tenga razón.
Que en realidad Spotify sí haya logrado lo que más le interesaba en ese 2020 en el que se montó a invertir en lo que fuera que hiciera ruido a favor del podcasting y de su estrategia para dominar el ecosistema.
Pero en cada podcaster habita un Bill Simmons que de cuando en cuando tiene ganas de gritar “estafadores” a las celebridades que reciben dinero porque sí, por lo que son antes que por lo que tienen que contar.
No es un problema exclusivo del podcast.
La meritocracia está en decadencia.
Lo analizamos hace poco con la presencia de famosos doblando Spider-Man Across the Spider-Verse.
A veces el conflicto viene de la contratación de famosos sin más mérito que ser famosos.
Que haber nacido en la realeza.
Otras por el algoritmo que llama más a la copia que a la originalidad.
Como lo expresa aquí Mr. Beast.
La vida no es justa.
Más vale que vayamos aceptándolo.
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Bill Simmons es poco profesional, lo único que hizo con sus calificativos que vienen del hígado, es cerrarse al puerta a que más figuras se sumen a Spotify, el poco profesionalismo con el que trata al talento y con el que maneja los conflictos te dejan claro que tanto Meghan y Harry como los Obama, hicieron bien en salirse de esos contratos.
Recordemos también, que en el caso de ambas parejas, se creeo una animadversión contra Spotify después de haber fimado sus contratos, a partir su manejo de las constantes mentiras y paranoias de sus figuras como Joe Rogan y el manejo permisivo que le dan, adicional a la gestión de temas como el racismo de la plataforma, por lo que ninguna de las dos parejas era feliz en ese ecosistema.
Al final del día el único estafador es Simmons, que vende al talento un entorno profesional y que no es más que un niñato con rabieta cuando pierde su pelota favorita