Para triunfar en digital, retírate de digital
Ocurre mientras vives, mientras observas, mientras piensas. El medio es distinto que el destinatario. El recorrido es más valioso que la distribución. No para los números, sí para ti. En tu faceta creativa. Y también como persona. Porque la vida para ser entendida a plenitud parte de lo simple. De respirar. De caminar. De jugar. Y de lo que nuestro cerebro, a partir de sus distintos procesos de análisis, transforma en arte.
Que no se confunda la ansiedad con la productividad. Vivir bajo una sensación de vértigo no implica que hoy seamos más capaces que antes. O que hagamos más, o que pensemos más. Implica solamente que le hemos metido un acelerador a nuestro sistema nervioso hasta convencerlo de siempre vivir con prisa. Pero la urgencia nunca ha sido el mejor binomio de la creatividad. Sí, ayuda a dominar el arte de la improvisación, pero no a construir legado ni a diseñar estrategias. En la ansiedad se encuentran remansos, nunca la cura definitiva.
Si observaras con atención, te darías cuenta que el triunfo en digital es más probable a partir de la sustancia de lo análogo. Consumir Twitter por horas no te ayudará más que a reforzar la jodida visión que tienes sobre el mundo. Que Trump nos va a llevar al carajo. Y si no, AMLO. Y si no, Maduro. Y si no, nosotros mismos. Ver videos de influencers una y otra vez no te ayudará más que a validar que tus cien seguidores comparados con los millones que tienen ellos te convierten en un perdedor, y lo que es peor, en alguien tan insignificante que no importa si lo eres porque a nadie le importa. Bajo la dinámica digital, como lo atestigua la dinastía de “Ladys” que ha gozado del éxito a partir del infortunio, más vale ser una desgracia popular que alguien tan común y tan corriente que es apenas un username más en medio de celebridades.
Desconéctate para crear. Haz que tu teléfono viva en modo avión. Conviértelo en un arma que usas sólo cuando quieres. Para lograrlo, ponle el seguro. Míralo como si fuera una pistola. Vas armado con él. Sabes que tienes la oportunidad de comunicarte con quien quieras y a la hora que quieras. De ver lo que quieras y a la hora que quieras. Pero eres tú quien decide cuando activarlo. No al revés. Un arma no mata por voluntad propia. Un teléfono tampoco se activa por voluntad propia.
Es importante que lo hagas. Que alteres las reglas del juego. Que Facebook, Twitter, Instagram, Netflix, Google y el que tú quieras dejen de ser autoridad para convertirse en recursos. No significa que abandones las plataformas. Mucho menos que renuncies al éxito en cualquiera de ellas. Sí significa, en cambio, que las veas como un destino para cumplir un objetivo. Publicar un texto que trabajaste sin notificaciones que te distrajeran. Subir un podcast que hiciste platicando por una hora con otro ser humano en vez de estar viendo el celular. Enviar un newsletter que elaboraste con tal interés que no tuviste tiempo de ver los memes que compartieron en tu grupo familiar de WhatsApp. O entretenerte, pero siempre con la conciencia de que eso es lo que buscas y eso es lo que encuentras.
Bien utilizado, digital puede ser una fuente de inspiración. Está lleno de grandes ideas. De gente que puede ser buena, regular o mala en lo que hace, pero que al menos ha tenido la voluntad de exponer su trabajo. De videos que te enseñan lo que una escuela nunca te mostró ni aunque hubieras pagado cuatro años por ello. Pero para funcionar debe ser un punto de partida, un anzuelo que muerdas para que tu creatividad se ponga a hacer lo suyo. Sin envidiar al resto. Sin obsesionarse por el resultado. Sin pensar que por fuerza lo que es bueno tiene que hacerse viral. Sin compararse con otro. Y sin convertir la búsqueda de referencias en el consumo obsesivo que lleva a que otros triunfen a costa de nuestro tiempo y atención.
El proceso creativo no empieza ni termina frente a una computadora. El resultado de lo que hacemos en ella es producto de nuestra capacidad de vivir. De pensar, de llorar, de reír, de sentir, de cuestionar. Piensa en los productos que consumes, en las series que te gustan o en los podcasts que escuchas. Todos surgieron de actividades tan simples como la observación y el análisis. Tanto el comediante al que sigues como el director de cualquiera de las producciones de Netflix a las que dedicas tu tiempo elaboraron su discurso desde su más elemental libertad como personas.
Haz una cita con la computadora. O con tu teléfono. Vuelca tus pensamientos en ese tiempo. Comparte las bromas que quieras. Ríete con los memes de tus tías. Pero aprende que para crear necesitas vivir. Así, estarás más cerca de triunfar en digital.
Más sobre el tema:
Para crear a pesar de las adversidades les recomiendo “Keep Going: 10 ways to Stay Creative on Good Times and Bad” de Austin Kleon. Quizás lo conozcan por “Steal Like an Artist”, un bestseller que ayuda a entender cómo catapultar la creatividad a partir de la influencia de otros.
Juega a cualquier hora. Juega donde sea. Juega sin obsesión por ganar. Hazlo porque sí. Porque te gusta. Y porque amas el proceso incluso más que un buen resultado. Si en verdad eres creativo, te importará más hacer que recibir aplausos. Vivir poniendo manos a la obra, nunca en la procrastinación. Tampoco a la espera de aprobación.
Se trata de ganar confianza. Y la seguridad en uno mismo se gana haciendo con libertad más que con la presión de agradar. El enfoque en el proceso legítima; el enfoque en el resultado encadena. Una idea nace siempre como una emoción. La que te alegra. La que te esperanza. La que te irrita. La que te encela. Una idea tiene vida garantizada a partir de tu propia convicción. Si te provoca un sentimiento, sea cual sea, significa que está viva. No sé sabe si para todos, pero lo más probable es que si te gusta a te mueve le guste o le mueva a unos cuantos más. O no, pero incluso si esa idea fuera tan poco popular que no tuviera más que un elemento de satisfacción personal, valdría la pena hacerlo. El que crea para sí se divierte. El que crea pensando en otros trabaja. Uno es creativo, el otro termina por ser mercenario.
Cuando amas el proceso el resultado está garantizado. Entiéndase por proceso la claridad de etapas. El comienzo, el desarrollo y el final. Pasar del punto A al B con toda la satisfacción que genera impedir que una idea nazca y muera en la misma regadera. La misión cumplida debe partir de lo individual. De ese checklist con el que podemos calmar nuestra ansiedad creativa sin que para sentir que la cumplimos dependamos de gustos y voluntades de terceros. Es el triunfo del individualismo, una de las más profundas manifestaciones de realización personal.
Austin Kleon nos manda de regreso a la infancia. Sugiere que volvamos a ser los de entonces. Que dejemos que nuestra imaginación decida y nuestras manos ejecuten. Que lo hagamos porque sí. Porque nos gusta. Porque nos motiva. Porque nos divierte. Y que lo hagamos sin pensar si lo que estamos haciendo acabará expuesto en un museo, publicado en un libro o como un juego más que una vez terminado no sobrevivirá más que como una satisfacción que será sustituida por otras cuando nuestro espíritu creativo nos vuelva a pedir que lo pongamos en marcha. A los niños, dice Austin en su libro, les tiene sin cuidado si los dibujos que hacen acaban en el periódico mural, en el archivo histórico de sus papás o en el cesto de la basura. Hacen porque quieren, lo demás es insignificante.
Concibe el arte como un juego sin posibilidad de victoria. O más bien, como un juego sin rival que vencer. No asumas tu proceso creativo como si fuera un partido de fútbol, porque entonces le pondrás cara y nombre a tu contrincante. Estarás pensando en el resultado. Ganarle a otro, ser como otro, burlarte del otro, enfrentarte al otro. Velo como un juego en el que tú creces por el simple hecho de hacer uso de lo que sabes, de lo que imaginas y de lo que ignoras para convertir una idea en realidad. Piensa otra vez en los niños. En cuántas veces te tocó ver a un compañero entreteniéndose con una bola de papel o improvisando un juego. Piensa en cuántas veces te sumaste a ese juego sin reglas. A ese entretenimiento anárquico de uno que te llevó a jugar porque te parecía una buena idea en ese momento y lugar. Piensa en cuántas veces lograste que se sumarán a jugar lo que proponías. Piensa que ya desde entonces inspirabas a otros a crear. No a partir de la obsesión por el resultado, solo por amor al proceso.
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