Periodismo militante: oportunidades de particulares que lastiman al periodismo como industria
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Storybakers:
Es lo mismo pero diferente.
En Estados Unidos se ha montado enorme revuelo mediático y social por la reconocida relación sentimental entre Olivia Nuzzi y Robert F. Kennedy Jr.
Olivia es una reconocida reportera de The New York Magazine que ha logrado construir una marca personal de alta trascendencia en Estados Unidos.
Robert F. Kennedy, un político que tanto por mérito y notoriedad propia como por el legado de su familia forma parte del círculo más importante de la lucha por el poder en Estados Unidos.
Fue incluso uno de los nombres que más se mencionó previo a la candidatura definitiva de Kamala Harris por el partido demócrata y de Donald Trump, a quien finalmente apoyara Robert F. Kennedy Jr, por el republicano.
La relación que involucró sentimientos más allá de lo estrictamente profesional cuando se trata de una fuente representó un conflicto ético que ha llevado a The New York Magazine a suspender a Nuzzi hasta que se realicen las investigaciones correspondientes.
Hasta ahora, asegura The New York Magazine, no se han encontrado pruebas que señalen un sesgo en la cobertura que dio Nuzzi al contenido que publicó en torno a RFK.
Pero desde otros espacios hablan de lo complejo que resulta evaluar esa falta de sesgo ante contenidos publicados que van en contra de los adversarios políticos de RFK.
Desde Puck y otros medios lamentan la posibilidad de ese sesgo, pero sobre todo que ese hecho aislado pueda contribuir a perpetuar la idea de que las mujeres periodistas se relacionan de forma física y emocional con sus fuentes para obtener información.
Aseguran que la percepción actual que la sociedad tiene del periodismo coloca a éste en una situación tan endeble que un caso entre particulares afecta la ya de por sí muy endeble imagen de la industria.
Lo mismo ocurre en México.
Decisiones de particulares afectan la percepción sobre el periodismo en lo general.
Pero en México la afectación se concentra en el periodismo militante.
En esos periodistas que ya sea por conveniencia económica, por alcance o en verdad por convicción ideológica, deciden adoptar perfiles de propagandistas.
Si ya de por sí los creadores de contenido que se montan a ello generan un debate sobre si lo que hacen es o no periodismo, el verdadero periodista que se transforma en porrista y vocero pone en jaque una actividad que vive bajo sospecha.
En las imágenes que incluyo aparecen screens de periodistas de renombre que optaron por abrazar la tendencia del periodismo militante.
A los tres los acompaña una trayectoria destacada.
Uno es el referente en medios tradicionales en el análisis de producciones televisivas.
Otro es un periodista de investigación de larga trayectoria.
El tercero ha sido corresponsal de guerra, documentalista y creador de grandes fenómenos televisivos que incluso hoy son recordados.
Los tres, de forma sistemática, destinan elogios, aplausos y alabanzas al gobierno saliente de Andrés Manuel López Obrador y al entrante de Claudia Sheinbaum.
Los tres, en cierto modo, se han visto beneficiados por alinearse al sistema.
En un caso particular, ese periodista que dice analizar con objetividad la industria de la televisión, menciona abiertamente que idolatra a las principales figuras del movimiento encabezado por López Obrador.
La decisión es respetable.
Es, para bien o para mal, una tendencia enmarcada en la era de los nichos.
En la era de las filias y las fobias.
En la era de la definición.
Podría decirse que lo mismo ocurre con aquellos periodistas que deciden convertirse en soldados de la oposición.
Porque hay una delgada línea entre llamar a la rendición de cuentas al poder y perseguir al poder por conveniencia política.
Pero al menos en ese caso está la búsqueda de información que exponga lo que el sistema no quiere que se conozca.
Lo que siempre ha sido una de las máximas del periodismo.
Los tres casos citados no son más que ejemplos notables del ecosistema periodístico mexicano.
Como ellos hay muchos más, tanto a favor como en contra.
En este mismo contexto, Vicente Serrano ha compartido un ranking con el “top de difusores de contenido político en la república mexicana.
En términos generales aparecen solamente medios y periodistas militantes, o cuando
menos calificados como tales.
Encabezan la lista El Chapucero, Sin Embargo, Campechaneando y Sin Censura.
Los cuatro alineados abiertamente al sistema.
De los cuatro el que más se maneja como un medio en toda forma es Sin Embargo.
Su perfil en redes habla de rigor, responsabilidad y libertad.
Le siguen en el ranking Latinus y La Saga, dos medios mucho más identificados con la oposición.
En este mismo ranking aparecen propagandistas como Juncal Solano y Poncho Gutiérrez, quien presume haber sido calificado por López Obrador como “inteligentísimo” al tiempo que es director en El Deforma.
Algunos de los que aparecen se catalogan como periodistas.
Así lo hacen los propios periodistas de Sin Embargo, Sin Censura de Vicente Serrano, El Chapucero, Latinus, La Saga, Aristegui Noticias y López Dóriga.
Los otros, al menos, se desmarcan de calificarse como tales.
En la batalla por la relevancia cultural, se habla mucho más de estos medios y personajes que de los medios más establecidos.
Apenas ayer, Sin embargo alcanzó dos millones de suscriptores en YouTube.
La plataforma encabezada por Alejandro Páez Varela y el propio Álvaro Delgado tiene el mérito de haber sido el primer medio establecido en México que apostó por la transmisión de programas en vivo a través de YouTube.
La propia plataforma lo ha considerado un notable caso de éxito hasta cierto punto equiparable al boom del streaming en Argentina.
En el enfrentamiento cara a cara contra Latinus, el medio por excelencia de la oposición, Sin Embargo registra una tendencia a la alza, de acuerdo a una gráfica elaborada por Mario Campa a partir de información de Social Blade.
El periodismo militante no hará más que crecer en un país en el que los medios no viven de ingresos generados por los lectores.
Mientras El Universal y El Reforma luchan por su supervivencia buscando mejorar tanto su producto como sus muros de pago, los medios y periodistas militantes se valen del poder del extremismo ideológico para formar una comunidad que les derive tanto en alcance en redes como en ingresos de múltiples, y en ocasiones, cuestionables orígenes.
La principal consecuencia es para el periodismo en lo general.
Porque por más que entre periodistas se diga que lo hacen este tipo de personas no es periodismo, a la audiencia lo que le queda claro es que los medios y los periodistas viven sometidos al interés económico y a la conveniencia personal.
El periodismo militante como tendencia liquida lo poco que queda de credibilidad en torno al periodismo.
Por unos cuantos, cada vez más, que adoptan este camino, paga la industria.
El daño será irreparable.
Para efectos de la sociedad, los periodistas y los creadores terminarán siendo exactamente lo mismo.
Ambos propensos a venderse.
Ambos propensos a imponer la opinión sobre la información.
Ambos con sesgos que convierten el hecho de confiar o no en sus contenidos en una preferencia ideológica más que en el apego a la realidad.
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