Qatar 2022: la forma del futbol
Y cómo la pelota con Messi y Mbappe derrotó a James Cameron y la secuela de Avatar
Nota del autor: Sé que este newsletter es de medios, creadores y contenidos. Y esta entrega no lo es tanto. Aunque en el fondo sí, porque va de las más grandes historias que podemos contar como seres humanos.
La final entre Argentina y Francia, entre Messi y Mbappe, me ha recordado lo fascinante de las historias que se leen. Y también de las historias que se escriben.
Por eso me atrevo a recordar mis tiempos de periodista deportivo. Por eso me atrevo a escribir esperando que en estas épocas de videos cortos y pocas palabras, aún tengan tiempo y deseos de leer las historias que nos hacen grandes como especie.
Una disculpa para los que se sientan agraviados por la excepción que hago en este envío. Si quieren más sobre medios, creadores y periodismo, descarguen Tendencias 2023: de los algoritmos a los humanos.
Trece años le llevó a James Cameron crear el mayor espectáculo visual de la historia. Veintiocho si hablamos del momento en que concibió el universo de Avatar. Para lograrlo tuvo que esperar a que la tecnología estuviera lista. En lo que eso ocurría, inventó el idioma de los Na’vi con mil palabras, treinta de ellas de su autoría.
Ya con la película lista para ser exhibida, ha tenido que dar ciertas recomendaciones para que la experiencia se disfrutara al máximo. Volver a las salas de cine que tan abandonadas están desde que se cruzó la pandemia y ponernos unos lentes 3D en tiempos en los que Mark Zuckerberg se ha encargado de ponernos a la defensiva cuando se trata de portar cualquier tipo de visores.
Cameron es el rey de las secuelas. El que ha dado con la tecla de las segundas partes que sí son buenas. Lo hizo con Alien y con Terminator. Ahora con Avatar. Su primer fin de semana de exhibición ha quedado por debajo de las expectativas. Alcanzó 435 millones de dólares a nivel global, por debajo de los 500 que se esperaban. Pero su verdadero derrota no ha estado en el cine, donde se espera que repunte en las próximas semanas. El que le ha ganado es el futbol. Ha sido Lio Messi. Ha sido Mbappe. Ha sido la pelota.
Al futbol le ha llevado treinta y seis años crear el mayor espectáculo visual del que se tenga memoria. De 1986 con Maradona al 2022 con Lio Messi. Ha sido mucho de lo que es Avatar. Pero con realidad antes que con ficción. Jake Sully enfrentó dos veces a Quaritch. Dos veces le terminó ganando. Argentina dos veces enfrentó a los grandes poderes europeos. Las dos veces les terminó ganando.
La del futbol es una mejor secuela que la de Avatar porque logra un cambio generacional que está en veremos en el mundo de James Cameron. Esta vez fue Messi en vez de Maradona. Pero ha querido la vida o el futbol que Lio cargara la Copa del Mundo hasta que el Diego lo mirara desde el cielo. Lo bendijera incluso, porque entre ellos nunca ha cabido la sensación de envidia o desdén. Nunca fueron uno o el otro. Han sido uno y el otro. Y eso Cameron difícilmente lo conseguirá. Avatar no sería lo mismo sin Jake Sully. El futbol sabe a lo mismo con Messi y con Maradona.
La de los Na’vi es también una historia muy cercana a la de Argentina. Junto con Brasil, la albiceleste es lo más parecido a una aldea utópica y romántica capaz de poder hacerle frente a la maquinaría europea. El futbol es en gran parte geopolítica. Ahí, Europa es casi siempre más que Latinoamérica. La riqueza está de su lado, no del nuestro. Y por eso saben a más los triunfos latinoamericanos. Porque aunque sus futbolistas se hacen en ese primer mundo futbolístico, Messi cuando porta la albiceleste es tan argentino como el que vive tiempo completo en Rosario. El Dibu, a decir de sus gestos obscenos y de sus bailes burlones, lleva a donde quiera que vaya la estafeta del barrio bajo. Los argentinos como los Na’vi son ruidosos, astutos y provocadores. A veces te roban con descaro y cinismo como Maradona a los ingleses en el 86; otras te provocan hasta desquiciarte como el Dibu en los penales contra franceses y holandeses.
La elección del reparto ha sido inmejorable. El Dibu es la más fiel representación del futbolista de calle. Burlón, agresivo, políticamente incorrecto. Di Maria es el coequipero fiel que llega cuando Messi no anda o que complementa cuando éste lo necesita. De Paul es un portento de futbolista todoterreno. Scaloni es el estratega que no quiso ser Fernando Santos con Portugal. Mientras Santos sentó a Cristiano para remarcar su autoridad, Scaloni aceptó que el equipo girara en torno a Messi. Y Messi en esta versión ha sido el más argentino del que se tenga memoria. El “qué miras, bobo” queda para siempre como la representación máxima de la transformación del Messi frío, silencioso y europeo que ganaba todo con el Barça al Messi pasional, emotivo y argento que ahora lo ha ganado todo con la albiceleste.
En Qatar 2022 todo ha ocurrido como debía para Argentina y para el futbol. Si a James Cameron se le cuestionan cuarenta y cinco minutos de la secuela de Avatar, al futbol no se le puede reclamar nada. Ni la derrota contra Arabia Saudita ni los soporíferos primeros setenta y ocho minutos de una final que no hacía más que prepararnos para el mejor desenlace de todos los tiempos.
Como en Avatar 2, todo empieza mal para Argentina. La derrota contra los árabes llevó en automático a la decepción del 2002 con Marcelo Bielsa. Contra México, entrados ya en los últimos 30 minutos de partido y con la albiceleste en estado de urgencia, apareció Messi para darle vida a lo que parecía muerto. Contra Polonia hubo certeza; contra Australia, titubeos innecesarios que encendieron alarmas pero contribuyeron a ponerle heroísmo a lo que debió ser trámite; contra Holanda, Van Gaal y los suyos casi les sacan el juego desde la pizarra. De nuevo el sufrimiento no hizo más que mejorar la historia. Puso al Dibu en el mismo aparador de las finales de la Copa América por primera vez en el Mundial. Ahí se confirmó que para atajar penales era una versión mejorada de Sergio Goycoechea. Y a Messi le sacó lo argentino que tenía pendiente. El enojo con el rival, la descalificación al técnico que lo había provocado. El Topo Gigio de Riquelme con el que el futbolista de primer mundo se fusionó con el que se hace en el potrero.
El partido contra Croacia fue una confirmación de poderío. Un golpe a la mesa que sirvió de antesala para el verdadero desafío. Y ya en la final al guión no habría que cambiarle ni una coma. Ni siquiera el penal regalado con el que los críticos confirmaban que el Mundial estaba amañado para la Argentina de Messi. Ese penal, de haber sido decisivo, habría puesto un asterisco histórico a la gesta de Messi. Pero como complemento resulta excepcional. Porque ha sido con futbol que Di Maria ha marcado el segundo. Ha sido también con futbol que Mbappe ha vuelto a la vida una, dos y hasta tres veces. Y ha sido con futbol como Messi y Argentina se han convertido en Campeones del Mundo.
La historia presenta también la oscuridad que todo desenlace con visos de tener próximas entregas ha de incluir. Si Quarich sobrevive gracias a la típica narrativa forzada de las secuelas hollywoodenses (perdón por el spoiler), al mundo entero le ha quedado claro que los que vienen serán los tiempos de Mbappe. Y que ya sin Messi en el horizonte, o será Brasil o no será nadie el que detenga a una Francia que hace de Alemania en estos tiempos para el futbol. Nunca antes un villano había salido tan fortalecido en la derrota como Kylian. Vale incluso decir que a partir de los números muy pronto reclamará a Messi la etiqueta del más grande de todos los tiempos.
A James Cameron lo ha superado el futbol. El mundo no ha tenido más que sentarse frente a un televisor para ver el mejor espectáculo del que se tengan memoria. La pelota ha podido más que las 2 mil 500 tomas de agua que el equipo de Cameron ha tenido que grabar para la secuela de Avatar. Lio Messi y Mbappe han podido más que Jake Sully y Quaritch enfrentándose en un mundo imaginario creado desde cero.
Y lo que es más importante, los humanos en una versión tan primitiva como pateando una pelota han podido más que la tecnología. Nada mal para estos tiempos en que la inteligencia artificial amenaza con encargarse de todo.