Semafor y el riesgo del periodismo políticamente correcto
Cómo el nuevo emprendimiento de Ben Smith lleva a preguntarnos la esencia y deber ser de nuestras historias
Storybakers:
Esta vez les escribo desde Bogotá.
Me encuentro de nuevo en tierras colombianas para conducir el foro de lanzamiento de Bumbox, el estudio de podcasts de Caracol Televisión y Blu Radio.
El podcast, pese a todo lo que he expuesto, sigue teniendo sus destellos.
Como el luminoso éxito de Caso 63.
Como la reciente colaboración entre Telokwento y Dudas Media para lanzar un nuevo daily dirigido a las audiencias más jóvenes.
Y como este lanzamiento con el que Caracol Televisión y Blu Radio se ponen el objetivo de hacer que Colombia trascienda en la escena del podcasting.
Ya mañana les compartiré un link para que puedan revivir el evento en el que además se presentará el primer estudio sobre consumo de podcasts en Colombia.
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Ben Smith sabe lo que hace.
Es un tipo que por años se ha dedicado tanto a dirigir medios, como lo hiciera con Buzzfeed News, como a analizar medios, como lo hiciera de columnista para el New York Times.
Un tipo que transpira periodismo.
Que conoce los dolores de la industria tanto porque él mismo los ha padecido como por lo que ha podido saber de las instituciones sobre las que escribe.
Por eso es natural que entre tanta data y certeza optara por atajar la falta de transparencia y credibilidad en los medios como la principal bandera de Semafor.
Lo hace a través de Semaform.
El producto con el que quiere crear un trademark semejante al Smart Brevity de Axios o al sello distintivo que tiene Vox en materia de periodismo explicativo.
En su esencia, Semaform también comparte ADN con los 360 de Grid y con la oferta especializada en newsletters de Puck.
Su propuesta encaja con el escepticismo de las audiencias hacia todo lo que tenga que ver con periodismo.
Se plantea dividir los facts de las opiniones e incluir un espacio para la argumentación contraria.
Aquí el contexto al que se enfrenta la industria:
Aquí los elementos de Semaform en imágenes:
Y aquí la explicación que da Gina Chua, su editora ejecutiva.
Aquí es donde empiezo a cuestionarme la utilidad de eso que parece tan obvio.
Separar los facts de las opiniones parece algo natural para resolver los problemas de credibilidad de los medios.
Diría que es incluso deseable.
Pero me pregunto cuánto daño puede hacer eso a la narrativa de las historias que contamos.
Los facts hoy se conocen incluso antes a través de las redes que de los medios.
El problema no pasa tanto por un desconocimiento de los facts sino por lo que la gente y el periodismo hace con los facts.
Aunque sea plausible el intento de separar hecho de opinión, lo que trasciende por lo general es el análisis que una persona o medio hace de eso de lo que está hablando.
Me pregunto, porque lo he sentido al leer distintos artículos de Semafor, si esta separación de elementos no termina por entorpecer el consumo de la historia.
Es como pretender que en una serie televisiva inspirada en determinado personaje hubiera elementos para saber qué de lo que se está contando es ficción y qué no.
O incluso, porque es un escenario que se da más veces de lo que uno piensa, qué porcentaje de ficción tiene eso que se está contando como realidad.
Es deseable que esa transparencia y claridad llegue a la audiencia, pero es improbable que se consiga dado que este tipo de altos en el camino o señales no harían más que complicar y entorpecer el consumo que estamos haciendo.
Para efectos narrativos y de atención estos avisos resultarían letales.
Serían una constante interrupción para una audiencia de por sí repleta de distracciones que pueden alejarla de nuestras historias.
La propuesta de Semafor habla de incluir voces contrarias a las del periodista o analista que firma el artículo.
Es, de nuevo, plausible, pero no necesariamente efectivo.
¿Por qué?
Porque ese contraargumento no tendrá el mismo protagonismo en la narrativa de la historia que se está presentando.
No existe, por tanto, igualdad de condiciones.
Se tiene a un periodista o analista compartiendo su perspectiva de la historia.
Y a él mismo pensando en qué voces incluir para neutralizar su historia.
Se trata, por tanto, de un debate prefabricado más que de una conversación o intercambio de puntos de vista bien estructurado.
El foco, desde mi perspectiva, no tendría que estar en anular los argumentos de los autores de una historia.
Tendría que estar más bien en promover en la audiencia una dinámica de consumo maduro.
Y en invitar, si se quiere, a que esas voces contrarias hablen por sí mismas en sus respectivos espacios dentro de los medios.
El problema, insisto, no es la opinión.
Es la sistemática falta de argumentación en las opiniones que se vierten desde los medios.
Sobre los facts, incluso, ha de reconocerse una naturaleza subjetiva.
Hace unos años, un gran amigo periodista me regaló “El Partido” de Andrés Burgo.
Un libro que muestra cómo ocurrió ese día glorioso para la selección argentina contra los ingleses en México 1986.
Lo hace contándolo desde la voz de distintos involucrados.
Todos con pequeñas grandes diferencias entre sí.
El único hecho indiscutible termina siendo el marcador.
Todas las demás historias encuentran de pronto argumentos que las desmoronan.
Los seres humanos nos quedamos siempre con una pequeña parte de la historia.
Vivimos, curamos y recordamos a conveniencia.
Tenemos una vida única, de autor para decirlo en términos periodísticos.
Los hechos no son hoy más que la puerta de entrada a la conversación, sobre todo si lo que se pretende no es ganar la batalla del breaking news.
Pretender encapsularlos en Semaform puede tanto generar polémica de inicio (porque a veces los hechos que parecen irrefutables no lo son para otros) como entorpecer el flujo de la historia que está por contarse.
Para hablar de una multitud de puntos de vista es más efectivo lo hecho por Per-Olav Sørensen con “The Playlist” en Netflix.
La serie que cuenta la historia de Spotify entrega el control de cada uno de sus episodios a un personaje central de la historia.
Todo desde su perspectiva.
Todo uniendo los puntos pero a la vez mostrando las discrepancias.
En The Playlist, a cada voz le llega su momento.
Cada uno tiene su espacio para ir a fondo en la historia que revolucionó para siempre el mundo de la música.
Es deseable que se trabaje en transparentar la narrativa de los medios.
Es también deseable que se incorporen argumentos contrarios a los que se exponen en una historia.
Pero es altamente probable que Semafor termine tropezando con las propias limitantes narrativas que se ha impuesto.
El Semaform no fluye tan rápido en su lectura como la Smart Brevity de Axios.
No es tan efectivo visualmente como la patente que se ha construido Vox.
Y no es ni siquiera tan disruptivo ni versátil como lo había anunciado inicialmente.
A Semafor le falta conversación.
A Semafor le falta verse como un producto nuevo que rescata lo mejor del viejo periodismo.
Por ahora se ve más como un viejo periodismo que quiere venderse como nuevo periodismo.
Su propuesta es ser la nueva gran plataforma global de noticias.
Lo curioso es que en el centro de esa propuesta coloca a una audiencia con alto nivel académico y con condiciones económicas de privilegio.
Habría que preguntarse si ese segmento no está lo suficientemente atendido.
Semafor pretende resolver los problemas de credibilidad de los medios.
Se olvidó, por más que por ahora tenga su apartado para África, de atender todas esas voces que claman por espacios en los medios.
Ben y Justin saben lo que hacen.
Han levando 25 millones de dólares y tuvieron la mayor campaña de expectativa para un medio nuevo.
En la práctica aún tienen mucho que demostrar.
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