#TodosSomosLoret, el inédito encuentro del periodismo con la sociedad
Lo que representa el Twitter Space más concurrido de todos los tiempos
Storybakers:
Éste es un envío especial que hago tras intentar asimilar un viernes que representó un parteaguas para la sociedad mexicana.
1) El presidente Andrés Manuel López Obrador dando a conocer los ingresos económicos de Carlos Loret de Mola, el periodista que dio a conocer la lujosa vida de su hijo José Manuel López Beltrán, y el potencial conflicto de intereses con la petrolera Baker Hughes
2) La celebración del Twitter Space más concurrido de todos los tiempos a nivel mundial con 64 mil personas en simultáneo.
Mi reflexión va más allá de Loret de Mola y López Obrador. Va de esa luz que de una vez por todas se enciende para que el periodismo mexicano se encuentre como nunca antes con una sociedad que hasta ayer no había dado muestras de preocuparse por él como un bien social.
Siempre he pensado que la revolución no se hace en Twitter.
Que las redes en vez de significar dolores de cabeza para políticos han sido filtros de expresión que sirven para evitar que la gente descontenta tome las calles.
Lo de ayer con más de 60 mil personas en Twitter Spaces no fue, en efecto, una revolución, pero sí una concentración inédita de oposición y hartazgo en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Un golpe que nadie vio venir. Ni siquiera él, que por primera vez ha perdido el control de lo que siempre había sabido hacer bien: manejar a las masas,
Ayer, en un espacio que no existía cuando López Obrador asumió la presidencia, se demostró que la oposición no está muerta.
No al menos la de una sociedad que bajo el actual gobierno ha tenido que politizarse a punta de la propaganda diaria que se produce en Palacio Nacional.
Con su show diario, en muchos sentidos una genialidad como herramienta de manipulación, López Obrador nos puso a pensar en política, a estar al pendiente de lo que el gobierno hace, a contrastar entre dichos y verdades.
Nos hizo reflexionar sobre política, apasionarnos con la política; sentir la política.
A él le debemos ese legado.
Quiso ponerse tan en el centro de la conversación que llevó a los mexicanos a un nivel de crispación tal que era cuestión de tiempo para que se produjera la reacción furiosa de una sociedad politizada.
La premisa de las mañaneras era congruente: si daba a diario su versión de los hechos, se hablaría de lo que él quisiera, no de lo que los medios dispusieran.
A cada publicación de medios y periodistas, una reacción a tiempo, aunque casi nunca en forma.
A veces los otros datos eran suficientes para mantener cautiva a su base de fieles seguidores .
Otras tantas resultó efectivo desviar la atención con cualquier tema que le resultara oportuno, aunque de fondo fuera ridículo.
Algunas más la técnica era justificar las extorsiones y los actos de corrupción como aportaciones al movimiento que se hacen desde el pueblo y para el pueblo.
Y como narrativa siempre presente, el presidente dividía entre ricos y pobres, o entre chairos y fifís, la terminología que tanto rédito le ha dado.
En el mundo de López Obrador, el pobre es honesto; el que tiene, es deshonesto.
El pobre es trabajador; el que tiene, un explotador.
El pobre entiende los principios de la vida; el que tiene es un capitalista, ambicioso y desvergonzado.
Con esa narrativa de encasillamiento entre buenos y malos, López Obrador lograba que se juzgara antes al mensajero que al hecho probado.
“O se está con la Cuarta Transformación o se está en contra de la Cuarta Transformación”, dijo para resumir su forma de pensar.
Con ese escudo, pensaba, quedaba blindado de cualquier publicación que pudiera afectar sus intereses.
Si el mensajero estaba anulado, la información estaba descalificada.
El problema de López Obrador ha sido el poder del periodismo para desmontar mentiras y fantasías.
Como el gran estratega político que es soportó varios golpes con apenas mínimas afectaciones en su popularidad.
Ha podido con los excesos y conflictos de intereses de colaboradores cercanos, con los abusos de poder de Gertz Manero, con la vida entera de corrupción de Manuel Bartlett.
Incluso había salido bien librado tras los escándalos de su prima y hasta con videos de sus hermanos recibiendo dinero a nombre de él.
Lo único que debía mantener era su lugar entre el pueblo, entre los que se conforman con lo básico para poder vivir.
Ahí se sostenía todo su discurso, ahí se justificaba toda su lucha.
Pero ha sido el periodismo el que le ha quitado la máscara.
El video que muestra la vida de lujos de su hijo y el potencial conflicto de intereses con una empresa que presta servicios al gobierno ha sido demasiado.
Desde entonces López Obrador se siente descubierto. Y, para llevarlo al terreno de la lucha libre, no ha sabido cómo taparse la cara para evitar que lo vean sin máscara.
En vez de protegerse hasta tener la oportunidad de reconstruirse, se ha puesto a pelear sin la máscara que su personaje necesita.
En vez de reconocer que por ahora sólo le quedaba aguantar, ha querido atacar con el verdadero rostro al descubierto.
A López Obrador ya no le bastó con reírse del origen y motivaciones del mensajero, lo que por cierto carece de sentido dado que un mensajero, con intereses particulares o no, no podría encontrar nada si su gobierno y su modo de proceder estuvieran limpios.
Vamos, que un perro puede buscar un hueso en la playa, pero si ese hueso no existe, nunca lo va a encontrar.
Consciente de que a un golpe inesperado debía sucederlo una reacción de igual o mayor fuerza, López Obrador cometió su más grande error: exhibir públicamente los supuestos ingresos de un ciudadano y llamar a los organismos tributarios a iniciar una persecución.
En ese momento convirtió a Loret de Mola en un ciudadano como cualquier otro. Con más dinero que la mayoría, pero también con derechos fundamentales que deben ser respetados trátese de quien se trate.
Hasta antes de publicar los ingresos de Loret de Mola, no había seguidores de López Obrador que sintieran empatía por el periodista.
Si el viernes por la noche ha quedado marcado como el Space en Twitter con más audiencia a nivel mundial, fue en gran parte gracias a la reacción visceral y fuera de sí de López Obrador.
El periodismo hoy ha de celebrar su capacidad para llamar a la rendición de cuentas.
El periodismo hoy ratifica que cumpliendo sus propósitos elementales es capaz de impulsar procesos de reflexión que de otro modo no se darían.
El periodismo hoy recupera algo del valor perdido en una sociedad que hasta antes de este viernes por la noche no había reaccionado favorablemente a las invitaciones a defenderlo como un pilar en los países democráticos.
En Estados Unidos, la sociedad reaccionó con suscripciones ante los ataques de Donald Trump.
Tan poderosa fue la amenaza de Trump a la libertad de expresión que hoy los medios estadounidenses se preguntan cómo mantener la atención, el interés y el compromiso de los lectores con el periodismo sin ese gran villano.
En tiempos de asedio a los medios, la sociedad hizo equipo con los periodistas.
En Brasil, en Argentina y en España los principales medios cuentan con entre 180 mil y 350 mil suscriptores.
Pero en México, la gente aún no paga por contenidos.
Más que preocuparse por ellos, desconfía de ellos.
Se argumenta, en muchos casos con razón, que los medios atienden intereses de particulares, de izquierda o de derecha, del gobierno o de la oposición.
Y entonces la sociedad elige bandos como si a los acontecimientos sociales y de gobierno se les pudiera tratar como a un partido de futbol entre dos equipos que se odian.
Ayer más de 64 mil personas en un viernes por la noche manifestaron en simultáneo que el periodismo le importa a la sociedad y que al periodismo le importa la sociedad.
Es cierto que fue en Twitter, que ahí no se hacen revoluciones.
Que Twitter es una burbuja con respecto al México que López Obrador ha conquistado con su discurso, ese que tan cercano le resulta en la narrativa y que tan lejano le resulta en la práctica una vez que ha sido despojado de su máscara.
Pero es también cierto que por primera vez en mucho tiempo se produjo el abrazo necesario entre la sociedad y el periodismo.
Para que eso ocurriera hizo falta que se revelara el lado más oscuro e incongruente del presidente en turno.
Pero también, hay que decirlo, que López Obrador pasara del ataque al periodista al ataque al ciudadano.
Al periodista, en una sociedad escéptica como la nuestra, se le puede descalificar sin que ocurra gran cosa.
Sea Loret de Mola, sea Aristegui o sea quien sea.
Pero lo del viernes por la mañana, filtrando información de un particular por así convenir a sus intereses, hizo que las amenazas a Loret fueran las amenazas a las libertades de cualquier mexicano.
Como soy un escéptico optimista, diría que este interesante análisis va demasiado lejos y saca conclusiones demasiado rápidas. Me quedaría con el hecho notable de que 60,000 personas se sumaran a un evento en el que, más que defender a Loret de Mola, quisieron demostrar su enojo y fastidio al presidente López Obrador. Identificar a Loret con "el periodismo" me parece una exageración y hasta una ofensa para los periodistas profesionales que han trabajado durante décadas en las peores condiciones o bajo consignas terribles (me incluyo en lo personal). Loret es un golpeador, Y no me voy a detener ahi. Todo lo demás, y el análisis sobre la estrategia del presidente creo que está equivocada. De política sabe mucho más él, un pobre viejito, que Marko Cortes, Hoyos o X González. Esos señores le hacen los mandados.